Se armó de valor un día
y los muros de cristal rompió
-de aquel hermoso palacio-
donde el ser que más amaba
la exhibía como fino adorno.
Su rostro había palidecido
y el grana que antes lucía
se apagó en aquel encierro,
al que dulces palabras la guiaron
y en las que ella inocente creyó.
Sus pétalos fueron secando
y que moría en su alma sintió.
“El velo cayó de sus ojos”
-como cortina del cielo-
entonces se supo capaz.
Hoy en día no hay cadenas
ni muros que la detengan,
de rojo visten sus mejillas
y sonríe al llegar la primavera
disfrutando su libertad.
Lourdes P. Cabral
San Diego, California