Palpando estaba cuidadosamente
los cinco dedos de mi mano un día,
alucinado al ver pasar la gente
por los pocos amigos que tenía.
Cinco dedos sin duda son bastantes
para contar los amigos verdaderos;
si se ocupan, se encuentran distantes,
y resultan ser solo compañeros.
Pensé en los nombres de las amistades
que por casualidad he conocido
y que, por consiguiente, sin maldades,
sin amor y sin fe, las he tenido.
Irreflexivo y desilusionado
juzgaba todo mal constantemente,
ya que buscaba muy desesperado
un amigo gentil y consecuente.
Hasta que un distinguido personaje
-quien fue mi guía, también mi consejero-
me enseñó a distinguir en qué linaje
se puede hallar al amigo sincero.
“Lee”, me indicó con imperiosa forma,
“infinidad de amigos has perdido;
debes conservarlos como norma,
poniendo en práctica lo que has leído”.
“¡Los libros!”, exclamé casi al instante.
Jamás se apartan de mi pensamiento.
Están siempre conmigo, muy constante;
nunca me niegan su conocimiento.
Los libros son los amigos mejores,
no vale refutar ni hacer dilema.
Sin ambages, me obsequian sus amores
de cualquier ciencia, religión o tema.
Por eso hoy te suplico, libro amigo,
perdones las injurias y quebrantos
que negligente cometí contigo
al tenerte olvidado como a tantos,
diciendo ser amigo del amigo.
Y si hay gloria y honor para unos cuantos,
al Creador que es tan bueno y comprensivo
¡le ruego te haga santo entre los santos!
Miguel Ángel Hernández Villanueva
Correo: jomian1958@hotmail.com
Tijuana, B.C.