Uno.- La zona es afluente del Río Alamar, se ingresa por el entronque del bulevar Clouthier, salimos por una brecha, y a tientas nos ubicamos en la calle y el número, sin lógica. Preguntamos al aire por los números y los nombres, nos orientamos a una vecindad. Aquí debe ser. No nos imaginamos las condiciones de vida… La pobreza y dejadez en que viven algunas vecindades.
Atardecía con los últimos rayos de sol, avancé por el corto patio de tierra, en medio de charcos, lodo, algo de basura, olores a drenaje abierto y heces de las mascotas que ladraban. Oscuro por lo encerrado, no se podía ver más que la tupida ropa tendida en el patio, que llegaba al segundo piso, lleno de tendederos de ropa recién lavada; los hilos para secar la ropa al sol, anulaban circulación y visibilidad en el patio.
Son dos pisos con cuartos pequeños y medianos, en medio del patio unas escaleras rústicas. Al buscar el número de departamento encuentras puertas abiertas. En una vemos un señor cocinando y perritos que ladran, con poca iluminación interior; son habitaciones muy pequeñas como cuevas urbanas. Ante la pregunta de a quiénes busco, nos dice que caminemos al fondo, que ahí vive la persona buscada. Entre medio de la ropa tendida sale la señora y nos recibe con el saludo de una amplia sonrisa, secándose las manos en su delantal.
Después de los saludos le entregamos sus documentos, le explico los detalles y el nombramiento de representante de casilla de Morena para defender y cuidar el voto. Pero en esa conversación salen tres niños con edades de 7, 8 y 9 -casi de la misma estatura- a pedir permiso a su madre de comer algo, y al fondo de la cuartería escucho los llantos de otro niño. Me despido de la compañera; me retiro un poco triste por ese retrato de las condiciones de vida de miles de familias en nuestra Tijuana y su gente.
Dos.- Le hablamos por teléfono, pero no tenemos su respuesta, así que fui a buscar el domicilio por la vía rápida a la altura de La Mesa, muy cerca de losnnuevos exhibidores de autos “Mazda” y una empresa de enormes grúas rojas. Salgo a la derecha dos cuadras y localizo el número, en medio de talleres, almacenes y comercios; ahí, en un lote de 20 por 50 metros de fondo, está una rústica vecindad con al menos 20 cuartos alargada de doble piso. Busco a una persona de apellido singular, tenía en mis manos su nombramiento para ser defensor del voto de Andrés Manuel el 1 de julio del 2018. No imaginaba lo que encontramos de “espacios para vivir”.
Recién pintada la vieja construcción de color azul oscuro, con unos pasillos de cemento, pegado a la derecha un local de reparación de zapatos y atrás tierra, ramas, y acumulación de viejos refrigeradores, llantas y fierros oxidados y la nada. Caminé al fondo, hasta unas rudimentarias escaleras de herrería. Las hizo un herrero sin experiencia, porque para escalar debía de dar una zancada y llegar destanteado al segundo nivel. Escaleras estrechas, solo una persona podía usarlas. Llego al número, toco y toco, y nadie abre la puerta; pero había un foco prendido y a los pocos minutos me abre la puerta con lentitud una señora rubia con rasgos europeos, de edad avanzada, de pelo largo canoso, sin recogerse el pelo, como espantada (quizás estaba recostada o dormida) y que resultó ser la esposa del representante de casilla. Me dice que su marido no está en casa, que fue por unas medicinas, que no sabe a qué hora vendrá.
El marido trabaja como guardia de seguridad privada, que es quien la cuida. Inevitablemente, al abrir la puerta veo hacia adentro, se aprecia un colchón en el piso, cobijas revueltas en espacio pequeño, desordenado, reducido al hacinamiento humano. Después de esta visita, nos habla y acordamos una cita en el local de Morena Río. Ahí, con su uniforme de guardia me comenta que “estudió en la Universidad de Chapingo para ingeniero agrónomo, que había militado en el partido comunista toda su vida, que es un hombre de convicciones, pero que es imposible ir el 1 de julio porque ese día trabaja y cuida a su mujer enferma”; él tenía 76 y ella 73 años encima.
Tres.- Visitamos Valle Verde en labor social con alumnos de Contaduría de ITT, llevamos ropa y juguetes en diciembre a esa zona; una Iglesia Salesiana, la organizadora de esa comunidad. Encontramos a gente trabajadora e indígenas ejemplares, y mucha familia para ser tan pobres. Limpios, ordenados, conocimos a una familia en su casa humilde. La niña mixteca más grande -de 11 años- atendía a sus tres hermanitos menores; entre los cuatro tenían la casa impecable, las camas tendidas, el piso de tierra barrido a detalle, limpia la cocina, los trastes lavados en javas y los sartenes y ollas colgados en las paredes. Olía bonito a tierra mojada.
Y eran niños que se quedaban cuidándose porque sus padres y hermanos mayores trabajaban sin poder venir hasta entrada la noche.
M.C. Héctor Ramón González Cuéllar es académico del Instituto Tecnológico de Tijuana. Correo electrónico: profe.hector.itt@gmail.com