* César Chávez, como Hidalgo y Morelos: Guadalupano
* 1874: USA despoja a México de documentos y territorio
* Juan Pablo II, un Papa Guadalupano
* La Virgen bendice a los misioneros que la invocan
El Nican Mopohua, relato escrito en náhuatl por el indio Antonio Valeriano al morir, pasó a pertenecer a don Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, quien la facilitó a don Carlos de Sigüenza y Góngora, y este al sacerdote jesuita Florencia. Aquel documento original de Valeriano sobre las Apariciones de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego, fue sustraído del archivo de la UNAM durante la guerra con los Estados Unidos en 1874.
Los papeles del jesuita Sigüenza y Góngora, en 28 volúmenes, aparecieron como por arte de magia en el archivo del Departamento de Estado en Nueva York. Entre los manuscritos -asegura don Antonio Pompa y Pompa- se hallaba la relación original de Antonio Valeriano sobre el gran acontecimiento Guadalupano.
Aunque las apariciones de la Santísima Virgen a Juan Diego ocurrieron entre el 9 y 12 de diciembre de 1531, el relato Nican Mopohua (lo que ahí se dijo) fue publicado en 1646 por el Bachiller Luis Lasso de la Vega con el título de “Huei Tlamavicoltica”.
Sor Juana Inés de la Cruz, Eusebio Francisco Kino y Carlos de Sigüenza y Góngora se hacen amigos, unidos por la fe, la ciencia y las letras. Se sabe que fue Sigüenza quien lo presentó con Sor Juana al misionero recién llegado en 1680; año en que Kino publica su primer libro astronómico -sobre la Observación del Cometa que se vio en Sevilla- durante su accidentada estancia allá. Para 1683, el misionero funda San Bruno, un 6 de octubre en la hoy Baja California Sur.
¿Por qué el padre Kino plasma en la portada de su primer libro una humilde imagen de Santa María de Guadalupe? Habrá qué investigarlo (el libro original lo puede consultar usted en www.cervantesvirtual.com)
En documentos referentes al conquistador Andrés de Tapia, de un manuscrito del siglo XVI, don Francisco Fernández del Castillo escribe esto: “El año de treinta y uno se le apareció al señor obispo Zumárraga, Nuestra Señora de Guadalupe, quien como Reina y Señora coronó la obra; y habiéndole fabricado templo y colocándola en él, determinando Hernán Cortés y Andrés de Tapia pasar a conquistar el otro nuevo mundo de las Californias”.
“Emperadora Guadalupana” le llamaba el padre Morelos
Escribe don Antonio Pompa y Pompa en su obra “El Gran Acontecimiento Guadalupano”, que desde fines del siglo XVI, antes de asumir sus cargos, los virreyes cuando venían de Veracruz se detenían en el pueblo de Guadalupe para visitar el santuario; incluso durante el siglo XVIII, hasta la Independencia y durante las fiestas guadalupanas.
Muchos españoles dejaron de venerar a la Virgen de Guadalupe cuando el señor cura don Miguel Hidalgo y Costilla, al pasar por Atotonilco, tomó una imagen de la Guadalupana como bandera de la insurrección. En cambio, aumentó el fervor de los indios mestizos y criollos.
Morelos, gran guadalupano, “al llegar prisionero a Guadalupe, cuando era conducido a san Cristóbal Ecatepec para ser fusilado, se arrodilló frente al santuario, recordando que sus mayores triunfos los debía a la “Emperadora Guadalupana”, como le llamaba. Otro gran líder insurgente, Miguel Antonio Fernández y Félix, cambió su nombre por el de Guadalupe Victoria para ponerse -él y su causa- bajo el patrocinio de la Virgen Morena. Fue el primer Presidente de México.
Símbolo de libertad y lábaro de la insurrección, al consumarse la Independencia y teniendo en cuenta la Virgen Santísima de Guadalupe, don Agustín de Iturbide la honró fundando la Imperial Orden de Guadalupe en 1822 y visitando su santuario solemnemente.
Conste que, según el relato de Juan Valeriano, Nican Mopohua, la Virgen le pide a Juan Diego: “Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues soy vuestra piadosa madre. A ti, a todos vosotros juntos, los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen; oír allí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas y dolores…”. Aquel pedido de la Virgen fue en diciembre de 1531; año con año la villa Basílica de Guadalupe recibe millones de peregrinos. Es el segundo santuario más visitado del mundo, después de san Pedro de El Vaticano.
En enero de 1979, Karol Wojtyla, el primer pontífice originario de Polonia, realiza su primer viaje internacional a México para consagrar su pontificado a Nuestra Señora de Guadalupe, a quien visita en cinco ocasiones. En la última (2002) canonizó a humilde Juan Diego; lo había beatificado en mayo de 1990. El humilde Papa Juan Pablo II reconoció canónicamente las virtudes del indio mexiquense que habló con la Señora en el Tepeyac, y a quien había ignorado inicialmente el primer arzobispo de México, el sencillo franciscano Juan de Zumárraga.
Así le explicó Juan Diego, un 9 de diciembre, fecha de la primera aparición, de su encuentro con el obispo: “Señora, la más pequeña de mis hijas, niña mía… pareció que no lo tuvo por cierto; me dijo ‘Otra vez vendrás…’ por lo cual te ruego encarecidamente, señora y niña mía, que a alguno de los principales, conocido, respetado y estimado, le encargues que lleve tu mensaje para que le crean. Porque yo soy un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda, y tú, niña mía, la más pequeña de mis hijas, señora, me envías a un lugar por donde no ando y donde no paro. Perdóname que te cause gran pesadumbre y caiga en tu enojo, señora y dueña mía…”.
Los misioneros invocan la ayuda de la Virgen
Bien conocidas son, a través de las crónicas o diarios de los misioneros, las dificultades que se vivieron y superaron para evangelizar, hablarle de Dios y Jesucristo a una nación tan extensa como México, y tan llena de barbaridades antes de la llegada de los europeos (no solo españoles). Solamente hay que recordar las más de cien mil víctimas que en sacrificios ofrecían los aztecas al dios de la guerra Huitzilopochtli, en tan solo cuatro días. Así rendían tributo a sus “dioses” aztecas y todas las tribus que a ellos se sometían y que pagaban tributo con esclavos traídos de toda la nación, especialmente del centro de México. Más de cincuenta mil cráneos humanos reales, incrustados en el Templo Mayor, encontraron los conquistadores y misioneros en la Gran Tenochtitlán.
Ante las dificultades y resistencias en la evangelización de la Nueva España, las cosas cambiaron radicalmente desde las apariciones de la Virgen en 1531. Así lo reconocen misioneros como Fray Junípero Serra, franciscano, cuando observó las dificultades para trabajar en la Sierra Gorda de Querétaro con los indios pames, que tenían por diosa a quien los mantenía en la miseria y tinieblas irracionales. Todo cambió cuando el padre Serra les enseñó a amar y venerar a la Virgen India del Tepeyac, la Guadalupana. Así, el padre Serra y compañeros misioneros enseñaron a los queridos pames de la Sierra Gorda, queretana y potosina -con su fe y sus manos- a creer y a trabajar para ser autosuficientes.
Estrella del Norte, una de las obras más admirables del siglo XVII, escritas por el jesuita Francisco Florencia, el llamado padre Florencia, circula aún en nuestros días en las grandes ferias del libro; ya se imaginará usted su precio y su escasez. Florencia tomó del padre Sigüenza -y éste de Ixtlilxochitl, y éste de Juan Valeriano- la inspiración para hablar del milagro de las rosas, del Tepeyac, de Santa María de Guadalupe.
Cómo llega la Guadalupana a Sonora y Californias
Sabemos por investigadores de misiones y misioneros, como los historiadores Ernest J. Burrus, Charles Polzer, o Herbert Bolton, que en su estancia e idas a México, el jesuita Eusebio Kino, entre el siglo XVI-XVII (1680-1710), pidió al virreinal pintor Juan Correa y Miguel Cabrera, una copia fiel del original de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe; desde el 12 de diciembre, la conservó el arzobispo franciscano Juan de Zumárraga en su oratorio del Obispado de México y después se colocó para la veneración de los fieles creyentes en la Villa de Guadalupe.
Así llegó a Sonora la primera imagen de guadalupana, obra del pintor Juan Correa; de hecho, en la actualidad se conservan obras originales de la época colonial, como en San Pedro y San Pablo de Tubutama, donde se encuentra una pintura original al óleo de Juan Diego, su esposa Lucía y sus hijos. Se sabe que Juan Diego tenía 57 años de edad en la fecha de las apariciones; después del 12 de diciembre de 1531, Juan Diego siguió llevando una vida sencilla y pobre. Viudo ya, se va a vivir a la ermita de Nuestra Señora, al Tepeyac. “Cuida el templo, lo asea, recoge limosnas, y apartado del mundo muere santamente en 1548, año en el que fray Juan de Zumárraga también cerró para siempre los ojos a las cosas terrenas. (Antonio Pompa y Pompa).
Germán Orozco Mora reside en Mexicali.
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