El joven matrimonio se apareció en su automóvil último modelo. Sonrientes llegaron a la frontera. Se formaron para cruzar de Estados Unidos a México. Era verano y funcionaba el aire acondicionado del vehículo. Al llegar a la garita el oficial de aduanas miró a los ojos del conductor. Seguramente pensó “… una pareja decente”. El hombre no vestía estrafalario. Su corte de pelo era regular. La ropa no caía en lo chocante. Tampoco traía tatuajes. Menos aretes. Ni siquiera fumaba. Siguiendo la rutina el oficial se fijó en el asiento trasero. Dos bebés. Cada cual en su sillín especial y bien asegurados con el cinto especial. Cuando el conductor iba a pasar su vehículo ¡zas! de repente prendió el rojo del semáforo. El uniformado mecánicamente hizo la seña indicando el camino a la zona de inspección. Al mismo tiempo detuvo el tráfico para facilitarles el paso. Con su gafete otro empleado de Hacienda los recibió. “¿Qué lleva, señor?”. Un simple “… nada” fue la respuesta. Se asomó el funcionario al interior del auto. Ninguna bolsa de supermercado o tienda departamental. Los niños muy calladitos. Mientras el oficial “echaba ojo” a cofre y capacete preguntó en voz alta “¿A dónde van?”. Escuchó “…aquí nada más. Visitando la familia”. Simplemente por rutina el uniformado pidió al conductor “…por favor abra su cajuela”. El joven conductor dirigió la mano izquierda hasta abajo del descansa-brazos interior de la portezuela. Apretó un botón y ¡click! destapó el compartimiento sin necesidad de bajarse. El oficial de aduanas vio la llanta extra. Gato. Cruceta. Extinguidor. Guantes para usarse en caso de ponchadura. Lámpara y un impermeable amarillo bien dobladito en una bolsita de plástico transparente. Todo en su lugar. De pura costumbre levantó el tapete. Nada. Cerró de un trancazo. Dio dos golpecitos al guardafango trasero y soltó en voz alta un “¡Puede irse!”. Fue correspondido con el clásico “muchas gracias… muy amable”.
El joven sacó la cabeza por la portezuela para ver si no venía otro vehículo y poder reingresar a la ruta normal. Metió el acelerador y se llevó su auto para confundirlo entre el enjambre sobre la avenida de alta velocidad. “¡De la que nos salvamos!”, me imagino debió decirle el joven a su pareja. La respuesta sería una mirada de taladro con “… yo no sé para qué te andas arriesgando y poniéndonos en peligro. Fíjate bien. ¿Los niños qué culpa tienen?”. Supongo al joven respondiendo luego que el ritmo de su corazón volvió a lo normal: “No pasa nada, mi vida… ¿tú crees?…” ¿Cómo van a sospechar de nosotros vestidos así? Nooooo”. Y luego la clásica: “Te lo juro. Es la última vez. Por ésta”. Naturalmente dramatizándolo, todo esto me lo contó un ex agente de Aduanas rematando con la sorpresa: Atrás de cada portabebé y tapadas con las sabanitas, iban ametralladoras AK-47, “cuerno de chivo”. Los cargadores estaban pegados con cinta adhesiva al respaldo. Bien disfrazaditos y sin causar incomodidad a los bebés.
Mi amable informante ex oficial de Aduanas, me dijo que finalmente descubrieron a la pareja. Pero no quiso dar más detalles. Según él, ni para perjudicar a la joven pareja, ni para comprometerse con los dueños. Supuse que “se pusieron bien” y no hubo lío. Se me ocurrió preguntarle si tal sucedió días antes de ser asesinado el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, el licenciado tijuanense Joaquín Báez, el tapatío Leobardo Larios, José Contreras Subías o Paco Stanley. “No me preguntes, no me preguntes”. Pero sí me contó de cómo muchos automovilistas pasan armas sin problema. Explicó la manera más socorrida: Nada más meten su pistola abajo del asiento del chofer o del lado contrario. Lo mismo una escopeta o una ametralladora. Por lo regular los oficiales de Aduanas no inspeccionan hasta allá. Muchos saben el riesgo. Pudiera ser si se agachan y ven el arma, sentir otra sobre su cabeza y escuchar un “…más te vale que no digas nada”. Por eso me dijo: Sin exagerar, entre pistolas y ametralladoras, cada mes pasan por lo menos unas cien.
Recordó una ocasión cuando cierto señor pasó con los juguetes para Navidad. Le llevaba un rifle a su hijo. La envoltura decía que era de postas, pero realmente se trataba de una real. Esta serie de referencias no son exclusivas de la frontera tijuanense. Sucede en todas. En unas de plano al mayoreo. En otras, “hormiga”, calificado así el contrabando poquitero. De vez en cuando algún pazguato es capturado por avorazado. Quiere pasar muchas y no puede esconderlas. No tiene la paciencia para transportar una por una. Las ciudades norteñas mexicanas están virtualmente inundadas de armas ilegales. Muchas son desparramadas a Sonora, Durango, Jalisco, San Luis Potosí y especialmente Guadalajara. El ingenio y la corrupción se mezclan.
Mi amigo ex oficial de la aduana comentó: “En cada garita y por mes, calcúlale un mínimo de cien y un máximo de 200 armas”. Luego extendiendo la palma de su mano izquierda a la altura de la cintura y con el índice de la derecha tocando dedo por dedo, me dijo “echa números” y sin exagerar. “Vamos a tomar en cuenta nada más 10 garitas. Súmale: dos mil armas por mes. 24 mil cada año”. Es que cualquier persona puede comprar pistola, rifle o ametralladora en Estados Unidos sin problema. Basta llenar una solicitud. No pasa mucho tiempo para ser aprobada. No necesariamente debe informar si la envió a México o la regaló. El control de las armas se pierde en el océano de la numerología. No tiene fronteras.
Después del ataque suicida terrorista en Nueva York la venta aumentó en todo Estados Unidos. Por lo menos entre cuatro a cinco millones de personas la tienen en su casa, automóvil u oficina. Esta oportunidad fue aprovechada por contrabandistas y vendedores. Canjeadas por cocaína o marihuana. Otras, transadas a buen precio. Esta columna fue publicada hace varios años. Desde entonces a la fecha no ha cambiado la situación. Salvo el reciente descubrimiento de armas que transportaban desde Sinaloa a Tijuana en un tráiler con enorme cargamento de mariguana. De allí en fuera, casi todas las pistolas, ametralladoras y hasta lanzagranadas son compradas en Estados Unidos. Luego introducidas a México por cualquier garita. Un gran problema.
Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicado por última vez en septiembre de 2017