Cuando joven, lo recuerdo;
me llegaban cartas lindas,
con sentires impregnadas
de un joven enamorado.
Me asomaba yo a la puerta
cuando escuchaba el silbato
del cartero en bicicleta
al pasar frente a mi casa.
“Mi estimada señorita,
la pienso de noche y día.
Quisiera estar a su lado
y besar sus labios rojos.
Tomarla entre mis brazos
y cantarle una balada,
mientras toca el corazón
su nota más afinada”.
Se estremecía mi cuerpo
al leer cada palabra;
deseaba estar en sus brazos
al besarnos con premura.
El cartero, sin saberlo,
hacía que me enamorara
de aquel joven de las cartas,
que traía cada semana.
Al cartero y su silbato
lo llevo en mi recuerdo,
aunque ya no me trae cartas
montado en su bicicleta.
Llegó la modernidad
y anuló cartas de amor,
que en papel se leían mejor
que por texto o por email.
La paloma no trae mensajes
porque es más rápido el celular,
aunque su canto habla de amor
y el celular no tiene sentimiento.
Al cartero de mi juventud
hoy le dedico estos versos,
pues se quedó como estampa
frente a aquella casa vieja.
Lourdes P. Cabral
San Diego, California