El Partido Acción Nacional atraviesa uno de sus peores momentos desde su fundación hace ya 80 años. Para algunos que piensan que su crisis radica a partir de la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de México, se equivocan.
La descomposición del PAN inició cuando no supieron cómo procesar la derrota en 2012, pues la dirigencia y su cúpula optaron por entregarse a los brazos de Enrique Peña Nieto. Más allá de buscar una estrategia que les permitiera reagruparse como oposición y “meter fuerte la pierna”, decidieron conformarse con las migajas que el gobierno priista les obsequió.
A Gustavo Madero, junto con Santiago Creel y Juan Molinar Horcasitas (q.e.p.d.), les pareció una gran idea firmar el famoso “Pacto por México” días posteriores a la salida de Felipe Calderón del Gobierno Federal; pensaron que, al estar cerca del Gobierno de Peña Nieto, les ayudaría a construir puentes de interlocución con el Poder para convertirse en gestores de recursos y favores.
El ponerse de rodillas ante el nuevo gobierno tricolor, les sirvió para obtener prebendas y perpetuarse como grupo en el poder, pero trajo consigo un sinfín de prácticas nunca antes vistas en una dirigencia panista.
Por ejemplo, el permitir -por parte de la Secretaría de Hacienda- asignar recursos a cada diputado federal para que, a la vez, estos se convirtieran en gestores ante autoridades locales a cambio de una comisión (moche). Lo anterior exhibió a muchos, ya que el incentivo para los diputados dejó de ser el legislar para convertirse en “coyotes” en busca de dinero.
Como este tipo de situaciones, se presentaron -en esa época- infinidad de temas: padrones internos inflados a modo; “línea” para votar por determinado candidato; baja automática de la responsabilidad en turno (coerción del voto); compra de candidaturas; control total de los órganos partidistas; democracia interna nula… por citar algunos.
El punto más álgido vino cuando su entonces dirigente nacional, Ricardo Anaya, decidió -junto con su grupo- hacerse de la candidatura para Presidente de la República. Si el PRI tuvo a su Roberto Madrazo, el PAN no quiso quedarse atrás con su Ricardo Anaya. Los resultados ahí están. El otrora “joven maravilla” obtuvo menos votos que cuando compitió Josefina Vázquez Mota.
Con estos antecedentes es que se presentan como contrapeso del gobierno de López Obrador. Francamente, en lo nacional no veo cómo. Su actual dirigente Marko Cortés es como un fantasma político; su discurso es hueco y débil, intrascendente. Las figuras son exactamente las mismas que hace años, no hay caras nuevas.
Para colmo, en la pasada Asamblea Nacional del PAN tuvieron la “puntada” de invitar al expresidente Vicente Fox Quesada como figura central. A Fox siempre le estorbó el PAN y realmente nunca se sintió cómodo en este instituto político. Tan desesperados están en Acción Nacional que recurren a un “fusil quemado”. Si pretenden que el expresidente sea quien encabece “la rebelión contra la izquierda”, pues qué jodidos están.
Lo que hace falta en el PAN es regresar a lo local. Ahí es donde se dieron figuras con gran arraigo y penetración. Hoy gobiernan no solo estados, sino municipios muy importantes, política y económicamente. Hay gente valiosa que lleva bien puesta la camisa azul, pero que, desafortunadamente, no les dan el peso que se merecen (y ni los empoderan en la esfera nacional).
En la dirigencia nacional de Marko Cortés prefieren hacer consejera a su secretaria particular que a gente con arraigo e historia.
Por eso afirmo que el PAN de hoy se encuentra tan lejos de Dios y tan cerca de Vicente Fox.
Alejandro Caso Niebla es consultor en políticas públicas, comunicación y campañas; se desempeñó como vocero en la Secretaría de Hacienda y Secretaría de Desarrollo Social en el Gobierno Federal, así como director de medios en la Presidencia de la República. También fungió como director de Comunicación Social en el Gobierno del Estado de Baja California. @CasoAlejandro