Consagrado por experimentar con la cumbia colombiana fusionada con música norteña, rap, ska y reggae, “El rebelde del acordeón” dejó este mundo y su espíritu creativo para musicalizar otro. Cerró sus ojos en la tierra que los abrió, heredándole más de 25 álbumes que describen su intachable aportación, entre ellos, con la Orquesta de Baja California
“No hay quien se resista a la cumbia”, publicó el cantante y acordeonista mexicano Celso Piña en su cuenta de Twitter, sin saber que se despedía de este mundo, enlazando un vídeo en vivo en el que interpretó “Cumbia sobre el río”, junto a su amigo Pato Machete, canción que lo catapultó a la fama, dejando más allá que un legado musical, un ejemplo de personalidad sin pretensiones, sencillo y humilde, de carisma sonriente e ilustre experimentación sonora, yéndose por igual por los caminos del vallenato, que por la cumbia tropical, la música norteña y el peculiar hip-hop germinado en la postre del emblemático cerro de la silla, transgrediendo las listas de popularidad con una propuesta que había sido relegada del mainstream.
A sus 66 años de edad, un paro cardiaco cortó su vitalidad, la tarde del miércoles 21 de agosto. Dejando este mundo para musicalizar otro, cerró sus ojos en la tierra que los abrió, al Norte de México, luego de regresar de presentarse en Denver y Chicago. Como un ícono, Celso Piña y su Ronda Bogotá recorrió tantos países como se lo propuso (España, Alemania, Francia, Inglaterra, Japón, China, Estados Unidos y Latinoamérica) y lo mismo tocó debajo de la Torre Eiffel, como en los barrios mexicanos y eventos culturales, desde donde fue precursor del auge de la cumbia en la música popular mexicana, con la que rompió géneros y fronteras, y que incluso captó la admiración del premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez.
Excelso como siempre, Piña creció en la conflictiva colonia Independencia, al centro de la ciudad industrial de Monterrey, tierra del cabrito, los dulces de leche y cuna de la música norteña, lugar donde mirando hacia el Sur, desde el cerro de la Loma Larga, Celso se impregnó de la cumbia y los sonideros en los barrios habitados por tribus urbanas de Colombia, convirtiéndose en un híbrido sonoro que nunca pudo ser etiquetado en 39 años de carrera artística, abriéndose a todos a los mercados desde su primer cuestionar: “¿Pero esta música por qué no se toca en vivo, vato? (…) Pues yo la voy a tocar, compadre…probando sí, probando, ahí ta”.
Colaborando sin pausar, Piña grabó tantos temas como se lo solicitaban, junto a Natalia Lafourcade, Julieta Venegas, Lila Downs, Gloria Trevi, Ely Guerra, Café Tacvba y Control Machete, entre otros que dieron pie al documental “El rebelde del acordeón”, estrenado en 2012 en el festival Docs DF, bajo la dirección de Alfredo Marrón para Canal Once, donde se dio seguimiento a su recorrido musical, tomando el acordeón como herramienta y la cumbia como código del caballero del vallenato regiomontano, como lo calificaran Pato Machete y Lila Downs.
VINCULADO A BAJA CALIFORNIA
En su paso por la entidad, el intérprete de discos como “Si mañana”, “Tú y las nubes”, “Noche de estrellas”, “Dile”, “Barrio bravo”, “Rebelde”, “Mundo Colombia”, “Pachanguero”, “Súper seis”, “El canto de un rebelde para un”, “Línea de Oro”, “Cumbia de la Paz”, “Cumbia sobre el río”, “Sin fecha de caducidad” y “Aquí presente compa”, no solo fue dejando muestra de su repertorio en Mexicali, haciendo bailar a Ensenada (Valle de Guadalupe) o cautivando a la inquieta Tijuana en innumerables ocasiones, como en el II Festival Cultural Internacional “El Gran México”, sino que elaboró una colaboración que lo vinculó eternamente a Baja California a través del disco “Música es música, con la Orquesta de Baja California”, álbum para el que ensambló la cumbia con la música clásica, bajo la dirección de Eduardo García Barrios.
Con una idea surgida en Tijuana, ciudad en la que Celso Piña develó su placa en el Paseo de las Estrellas, de la Avenida Revolución, para luego presentar su recital en el TJ Beer Fest (2015) junto a una saxofonista de la OBC, dando un primer acercamiento a la música clásica, misma que se llevó a Monterrey para una de sus presentaciones en el Festival Santa Lucía en Monterrey y que germinó en un disco de instrumentación orquestal (de etiqueta, pipa y guante) que dejó como recuerdo para la posteridad, mismo que presentó meses después en el marco del festival Entijuanarte, en la Explanada del Centro Cultural Tijuana, experiencia que hizo mella en el intérprete de “La cumbia venosa”:
“Nunca en mi vida me habían acompañado tantos músicos, tantos instrumentos, hombres y mujeres por igual. Estar delante de la orquesta te impone, pero conforme fue pasando el tiempo, los ensayos y la presentación en Monterrey, lo asimilo como es. Seleccioné canciones de los ochentas y noventas, las más sobresaliente y populares, pero con la orquesta agarraron otro look, otro cuerpo, ‘cómo si le quitamos la ropita que traían y les pusimos nueva. Se escuchan más ‘chingones’. Y no es que yo ahora me vaya a poner trajes de pingüino, pero el sonido será ‘de etiqueta’”, relató en su momento Celso Piña a ZETA, quien entre violines, violoncelos y clarinetes, cambió la perspectiva sonora de “La negra Nelly”, con la que dio la vuelta al mundo: “Solo me falta Oceanía para poder decir con satisfacción que ya toqué en los cinco continentes. Ya lo hice en cuatro, no hay quinto malo, y ya si hay un empresario que me lleve a la Luna, nos vamos”, sonreiría en aquella la última entrevista concedida a este Semanario el autor de “Cumbia sobre el río” que interpretara junto a Blanquito Man y Control Machete en 2001.