Columna invitada
“No quiero que haya frío en las casas, que haya miedo en las calles… que haya furia en los ojos”.- Angela Figuera.
Este viernes 16, en la Ciudad de México, miles de mujeres se lanzaron a las calles para exigir justicia, a raíz de los recientes casos de una supuesta violación tumultuaria de una jovencita, cometida por varios policías de la capital del país. Bajo pancartas reivindicativas como “si violan mujeres, violamos sus leyes”, al final de la marcha todo degeneró en destrozos.
Setenta y dos horas después, AMLO -en su conferencia de prensa matutina- adelantó que en su informe de gobierno hablará de lo “felices” que los ciudadanos vivimos en el país, donde no existe descontento social. “… Lo voy a decir, se los adelanto. En mi informe, el pueblo está feliz, feliz, feliz; hay un ambiente de felicidad. El pueblo está muy contento, mucho muy contento. Alegre; entonces no hay mal humor social”.
¿Por qué estas mujeres estarían tan furiosas? Al cabo que, en lo que va del año, sólo se han cometido 3 mil 233 delitos contra la libertad y la seguridad sexual, 2 mil 78 casos de abuso sexual, 539 violaciones simples, 128 violaciones equiparadas y 455 casos de acoso sexual. Solo en Tijuana, 129 mujeres han sido asesinadas desde enero hasta el 20 de agosto, según cifras de la PGJE; en tanto que, en la estadística de la Secretaría de Seguridad Pública del Estado, disponible hasta el mes de julio, en esta frontera se habían denunciado 178 violaciones y 10 mil 139 delitos de índole sexual.
Muchos insisten en condenar esa furia porque les parece una manifestación de irracionalidad y vandalismo. Sin embargo, quizá sea exactamente lo contrario: una muestra necesarísima de intolerancia frente a nuestra barbarie cotidiana, de ausencia de solidaridad cívica y de género con las víctimas. Los diferentes movimientos feministas no tienen por qué resignarse a que las cosas sigan siendo iguales. Ya se tuvo demasiada paciencia. La furia puede ser una forma radical de decir, con toda razón; “ya basta”. No son mujeres siendo poco femeninas; son, más bien, mujeres poniendo el ejemplo de lo que significa tomarse el feminismo en serio.
La impotencia del Estado para enfrentar la violencia contra la mujer ha terminado por convertirse en indiferencia social. Lo que ocurrió este viernes fue una revelación de nuestra realidad, en donde se muestra la monstruosa situación de la mujer en México. Nosotros no nos debemos limitar a la condena de mujeres, hartas de un gobierno impotente y una sociedad hipócrita, sino a fomentar movimientos sociales que logren revertir las circunstancias. Pareciera que las instituciones están en la apatía, siendo conducidas por burocracias insensibles.
Esta furia feminista del pasado viernes fue más que una protesta; no se debe quedar sólo en las calles de la Ciudad de México, ni en ver por televisión cómo caminaban hombro a hombro las protestantes. Algo dentro de nosotros, debe mover nuestra solidaridad al ver a tantas morras, escuchar sus aplausos y sus consignas. Porque la protesta implica un “¡basta, estamos cansadas!”. Porque “no tendríamos que estar aquí marchando”, porque “queremos respuestas”, porque basta de que no existan consecuencias.
Esta violenta manifestación, para mí, significó reflexionar. ¿Quiénes son estas mujeres?, ¿son las de Atenco?, ¿las de Juárez?, ¿las desparecidas? Es mejor no quedarse callados, es utilizar nuestra voz para despertar… Es tomar acción. Cuando nuestras voces se escuchan, les hacemos saber a ellas que no están solas. La única forma en que podemos cambiar nuestra cultura e ideas es desafiando así, a voz alzada.
En México, diariamente miles de mujeres tienen que luchar y soportar episodios de violencia sexual que buscan disminuir su humanidad y limitarlas a formar parte de un grupo que se siente minoritario (para el cual no existe ningún tipo de derechos). Lo cierto es que las mujeres no son una minoría social; son la otra mitad de nuestra sociedad. Sin embargo, para algunos, las mujeres no tienen derecho a ofenderse cuando son pisoteadas y violentadas. Para algunos, las mujeres que se quejan de actitudes vejatorias no deberían existir.
Los días han pasado y algo de la diamantina -utilizada en las pintas de las calles y paredes de la Ciudad de México- aún está fresca; está en nuestros corazones y en nuestro deseo de que las cosas cambien.
Dr. Álvaro de Lachica y Bonilla
Comisión Ciudadana de Derechos Humanos del Noroeste, A.C.
Correo: andale941@gmail.com