En la puerta de la casa de la muerte, desnudo tiritando de frío y miedo, un peregrino sollozaba y murmuraba una oración: Padre Nuestro que estás en los cielos y en la Tierra, santificado sea tu nombre y hágase tu voluntad.
Por los ciegos, lisiados e internados en los hospitales. Padre Nuestro que estás en los cielos
y en la Tierra, santificado sea tu nombre y hágase tu voluntad.
Por los presos y madres parturientas, por el futuro incierto de los infantes, los perdidos en el mar, desierto y selvas. Padre Nuestro que estás en los cielos y en la Tierra, santificado sea tu nombre y hágase tu voluntad.
Por los menesterosos, desamparados y enfermos del sida, que lentos, resignados,
desnudos caminan por la vereda en el abismo y se postran a tu puerta esperando el momento de entrar. Padre Nuestro que estás en los cielos y en la Tierra, aún desnudo no pierdo mi fe en ti.
Gracias por el valor de enfrentar el dolor y morir con dignidad.
José Palma Herrera
Tijuana, B.C.