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viernes, febrero 16, 2024
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La “Operación Tigre Blanco”, el “filtrador” y la periodista

No sé ni nadie me ha dicho quién la tomó. Pero la fotografía es muy famosa. La publicaron y repitieron en la primera página de casi todos los periódicos y revistas. Supe que fue lueguito de casarse Benjamín Arellano Félix. Se ve un festejo modesto. Nada de finura. Madre, hermanos y cuñados se ven sonrientes. Algunos, copa en mano listos para brindar. El novio alegre. Con riguroso adorno floral en el reborde del traje. Jamás me enteré qué cámara utilizaron ni dónde. Debió ser en casa de la señora madre Doña María o del recién casado. Pero sí se ve lo íntimo. Entre familia.

Pero dejó de ser un recuerdo de su vida privada para convertirse en una muestra pública. Fue encontrada quién sabe dónde por policías federales. La Procuraduría General de la República ordenó copias. Oficialmente entregó tales estampas a varios periódicos. Luego se reprodujo tanto hasta darle etiqueta de clásica en el narcotráfico mexicano. La fotografía fue impresa en diarios y revistas de muchos países. Ha servido para reproducir rostros o cuerpos enteros individualmente. Seguramente habrá muchas publicaciones más de tan famosa gráfica.


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Esta referencia es un ejemplo. Sí. De cuando cierta autoridad retira la privacidad de un acto familiar para volverlo público. Pero no para cometer un delito sino para identificarlo. En aquellos momentos el propósito fue identificar a prófugos y cómplices. Diarios y revistas jamás obtuvieron la fotografía por otra vía que no fuera el Gobierno. Y dadas las condiciones de los protagonistas, era obligado publicarla.

Alguna ocasión me entregaron fotos de las niñas Arellano, hijas de Benjamín. Presumo fueron halladas en uno de dos lugares de Monterrey: Cierto álbum abandonado en la casa habitada por la esposa del ahora prisionero. O en algún fichero escolar. Tal y como sucedió con la familiar: El gobierno las distribuyó. En el paquete estaban dos que tres más con la mamá. Pero preferí archivarlas. Nada de publicarlas. No por miedo sino por considerarlo injusto. Las pequeñas no tenían ni tienen culpa. Y estoy seguro, ni conocimiento sobre las ocupaciones de su padre. Hubo algunas revistas defeñas que sí lo hicieron. A toda plana. El de las pequeñas no era el caso de quienes le acompañaron recién casado. Todos sabían dónde y cómo sacaba tanto poder y dinero.

La señora esposa de Benjamín apareció en unas fotos logradas por la autoridad en Puebla. Le seguían los pasos para conocer su domicilio. Está acompañada de sus hijas. Fue una gráfica presentada como prueba de la persecución. La publiqué de tal forma que no se vieran bien los rostros de la dama y su hija. Todavía cuando capturaron al capo en Puebla, algunos periodistas recibimos estampas de la esposa. No autoricé la impresión. Oficialmente no cargaba ningún delito. Por eso la dejaron libre.


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En otra ocasión tomé y publiqué escenas de la televisión estadounidense. Carlos Montejo Favela, ex-alcalde panista de Tijuana, estuvo en una fiesta familiar de mafiosos. Hasta se retrató con ellos. Catorce años pasaron hasta cuando apareció en pantalla. Pero aquel hecho dejó de ser privado. El reportaje lo convirtió público. Por eso lo publiqué. Además, existe una realidad: El retrato de Benjamín era muy conocido en 1989. Bastantes personas le vieron en Tijuana. Era imposible que no lo conociera el señor alcalde. La escena por sí sola era y es punto de referencia periodístico.

Las “filtraciones” son famosas. Es una práctica de presidentes. Hombres y mujeres del gabinete. Gobernadores, jueces. Agentes del Ministerio Público. Alcaldes. Diputados. Senadores. Regidores. Y todo lo que signifique relación con la burocracia. Normalmente se trata de documentos reservados al uso gubernamental. Pero la acción de los funcionarios entregándola a los periodistas simplemente la vuelve pública. Además, el contenido no debe ser un secreto. Todos tenemos derecho a estar informados de qué y cómo hace nuestra autoridad. La culpa no es del periodista. Encuentra en el documento la noticia. No niego: Hay casos claros para perjudicar en lo personal a un particular o funcionario airear expedientes, minutas o cualquier otro documento. Pero referencias escritas como las de “Pemexgate” o “Los Amigos de Fox” tienen acta de nacimiento como filtración. Por su validez se convierten en pruebas de interés público. No tengo por qué averiguar cuánto gastó don Carlos Slim en aviones para transportar a sus invitados. Los convocó porque le nació y consideró necesario. Y el suyo no fue un evento de orígenes gubernamentales. Ni hay pruebas de que utilizó dinero público. O haber convocados porque le “sopló al oído” cierto funcionario. En cambio, sí me interesaría saber si como dicen y no he comprobado, que los narcotraficantes entregan dinero a la Iglesia. Es un acto privado. Pero el origen del dinero es delictuoso y por ello público.

A mi compañera Dolia Estévez de El Financiero le sucedió algo especial. El profesor Donald Schulz le entregó un informe confidencial. Fue preparado por el Centro Nacional de Inteligencia Antinarcóticos. Se lo entregó a Dolia. Obviamente sabía que lo publicaría. Y la periodista nunca le torció el brazo para obligarlo. Conozco a Dolia como profesional. Si el maestro le hubiera advertido no publicarlo seguramente lo respetaría. Pero acostumbrada al quehacer periodístico estadounidense uno y otro, el documento se hizo público. The Washington Post le siguió a El Financiero. También las revista Insight y El Andar. Dallas Morning News lo destacó. Y mi compañero José Martínez lo refirió en su libro “Las Enseñanzas del Profesor”.

El documento empezó a elaborarse en San Diego, California. Se le llamó “Tigre Blanco”. Participaron: Aduanas. El escuadrón antidrogas DEA. El IRS, oficina de impuestos. FBI. Funcionarios estatales de California y del Condado San Diego. El título “Operación Tigre Blanco” tiene su razón. Jorge Hank Rhon traía en su automóvil un animalito siberiano. Se le hizo fácil transportarlo sin permiso. Viajaba de San Diego a Tijuana. La policía le detuvo. Le decomisó el tigre. Jorge le llamaba “Negra”. Pero el entonces cachorro fue enviado al zoológico. Desde entonces le llaman “Blanca” y es una atracción. Terminaba 1997 cuando los investigadores de varias dependencias escribieron en el reporte: Que Carlos Hank González y sus hijos Carlos y Jorge fueron investigados sobre soborno, lavado de dinero y crimen organizado. Por eso Dolia y los otros compañeros periodistas publicaron tal referencia basados en el documento. Carlos hijo demandó al profesor Schulz y a la corresponsal de El Financiero. Fue una batalla legal ganada por la periodista. Pero los Hank no se aquietaron. Lanzaron toda su fuerza legal contra el catedrático. Una demanda millonaria.

Schulz vio una luz en el túnel: Al estilo gringo llegó a un acuerdo: Ofreció disculpas por haber causado daño “involuntariamente” a los Hank. Y se comprometió con ellos para desenmarañar por qué Dolia y sus colegas estadounidenses actuaron “sin escrúpulos”. Por eso ahora demandaron nuevamente a la corresponsal de El Financiero.

Antes se alegó que el documento era un borrador. Pero oficialmente nadie se encargó de corregirlo, confirmarlo o desmentirlo. Pero no hay de otra. El informe “Operación Tigre Blanco” es una realidad. Fue elaborado por funcionarios. Y entregado voluntariamente a la periodista. Schulz convirtió en público lo que era privado. Igual como la PGR con la foto de los Arellano. La ley en México y en Estados Unidos es diferente. El trato judicial. Pero causa y efecto son lo mismo. Dolia nunca pudo saber nada de la “Operación Tigre Blanco” si el gobierno estadounidense no lo hubiera elaborado.

Catherine Zeta-Jones y Michael Douglas son pareja hecha y derecha. Excelentes artistas. Ya pasaron muchos meses desde cuando demandaron a la revista española Hola!. Sin su permiso imprimieron fotos de cuando se matrimoniaron. Primero alegaron: Firmaron contrato cediendo derechos de exclusividad con otra publicación. Y segundo, dicen que las gráficas son de muy mala calidad en el semanario hispano. Tanto como para haberles causado tristeza y hundirlos en el desánimo.

Paparazzi se les llama a ciertos fotógrafos. Se especializan precisamente en meter su lente más que las narices en la vida privada. Artistas, políticos y miembros de realeza son su pasión. La práctica nació en Italia pero se extendió a todo el mundo. Las llamadas “revistas de corazón” son sus mejores clientes. Y es una práctica muy socorrida en la prensa británica. Por eso a la Princesa Diana no la dejaron hasta que huyendo de los paparazzi murió en un accidente.

Escrito tomado de la colección “Dobleplana” de Jesús Blancornelas, publicado por última vez el 1 de junio de 2003.

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Jesús Blancornelas
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