En el vientre tuvo a su hijo
y lo cuidó con empeño
esperando nueve meses
para besar sus mejillas.
Al tomarlo en sus brazos
y verlo tan pequeñito,
tan bonito e indefenso
juró por siempre cuidarlo.
Así pasaron los años
con el vaivén de las olas,
el chico creció feliz
con el amor de su madre.
Siempre ella lo bendecía
cada día al despertar,
a Dios del Cielo rogaba
que lo hiciera hombre de bien.
Le pedía que su hijito
se sintiera muy feliz,
que el buen camino siguiera
y que siempre hiciera el bien.
Hijo y madre convivían
entre sonrisas y abrazos,
hasta que una tarde fría
el hijo enfermó y murió.
Esa madre vive en pena
sin consuelo sin sonrisa,
pero da gracias al cielo
por el tiempo que lo tuvo.
Cuando mira por la calle
algún niño correteando,
piensa en su querido hijo
y sonríe con tristeza.
Lourdes P. Cabral
San Diego, California