Hay dos modos de sufrir: sufrir amando y sufrir sin amar.
Los santos sufrían todos con paciencia, alegría y perseverancia porque amaban.
Nosotros sufrimos con rabia, despecho y hastío porque no amamos.
Si amásemos a Dios, seríamos felices de poder sufrir por amor a Aquel
que aceptó sufrir por nosotros.
San Juan María Vianney (1786-1859)
Antonio Caso, admirable pensador mexicano, expresaba que Jesucristo no había venido a librarnos de sufrir, sino de sufrir inútilmente.
El sufrimiento es parte de la madurez y de la vida humana. Viktor E. Frankl, el médico psiquiatra judío sobreviviente del infierno de Auschwitz, dedicaba parte de su pensamiento al tema del dolor como un camino de equilibrio de la persona; a a vez como un camino a la felicidad permanente.
La persona humana es un “espíritu encarnado”, dirá el francés Jacques Maritain. Se sufre en varios aspectos de la vida humana: en lo espiritual (alma), en lo intelectual, en lo afectivo (corazón) y en el cuerpo.
Antes de Cristo (y bastaría ver los tratados de medicina antigua), los grandes médicos como Hipócrates, Maimónides, Galeno, Aristarco, describían las afecciones o enfermedades humanas de una manera inseparable entre lo somático o corporal y lo psico o mental. Padecimientos psicosomáticos.
Herbert Benson de la facultad de medicina del cuerpo y la mente de Harvard, anotaría en su obra, “Curados por la Fe”, esa relación armónica entre lo mental y lo físico de la persona. El sufrimiento no va por un solo camino, el hombre es unidad entre espiritualidad y coporeidad.
Viktor Frankl hablaría en sus obras del vacío existencial. De la falta de sentido. De la presencia ignorada de Dios. No en un sentido único de espiritualidad ajena a la existencia plena de las personas.
Son magistrales las obras de Cicerón y Séneca en torno a la brevedad de la vida. Nuestra vida no es corta dirá, sino que nosotros la acortamos con la vanalidad, viviendo practicamente sin vivir.
Sencillo sería que uno por leer o escuchar obras impresionantes como la de Séneca sobre la brevedad de la vida, bastaría para vivir bien y ya. Pero la vida no está plenamente y sólo en el plano mental, sino es algo integral. Vivir bien implicará todos los aspectos humanos de la persona: sus emociones o afectos del corazón; sus pensamientos o interior mental; su salud corporal y su espíritu para vivir.
La vida de los héroes, la inspiradora actitud de los mártires civiles y religiosos, las vidas ejemplares de los santos antes y después de Cristo pasan por un camino de entrega o pasión por algún ideal, por alguna causa. Muchos han derramado su sangre por sus naciones, pueblos, por su Fe. Y en espera de vivir felices al morir. O de ser inmortales por su testimonio, por su entrega, por su sacrificio.
Inmortalidad significa de alguna manera vivir siempre, más allá del tiempo. En el pensamiento cristiano la inmortalidad de los buenos será a lado de Dios mismo. Y para los malos su eternidad será en el lugar de castigo.
Muchísimas personas, y es lo más cotidiano para nosotros, se fugan o huyen de sus responsabilidades y sufrimientos a través del alcohol, de las drogas, de los narcóticos legales e ilegales; por ahí hablando de la desesperación, de la ansiedad, del estrés de la vida, de la angustia existencial. Alguien escribió “El infierno de la desesperación”. Y bien dijo el pensador luterano Kierkegaard: “¿Desesperarse o creer?”. Ahí está la cuestión.
Si pierdes dinero, perdiste poco; si pierdes amigo, perdiste algo; pero si pierdes la fe, perdiste todo.
Germán Orozco Mora reside en Mexicali.
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