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jueves, febrero 15, 2024
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El Príncipe

En cuclillas. Tenis con el talón al descubierto. Sin calcetines. Pantalón de algodón claro. Camiseta gruesa. Chamarra afelpada abierta al frente, pero de cuello más alto para proteger orejas y nuca del frío. Rubio. Desordenado el pelo como cuando uno se levanta y no se baña. Le calculé, cuando mucho, unos 18 años. Serio. Demasiado serio. Guantes de plástico gruesos casi hasta el codo. Y con un trapo limpiando el piso encementado alrededor de una tosca, vieja tasa de excusado sin borde enmaderado. Ni siquiera con tapa. Seguramente a su alrededor restos y rastros de no muy agradable olor.

Este joven apareció en una serie de clarísimas fotos distribuidas por la agencia Reuters. Fueron publicadas en numerosos periódicos europeos. La vi en El País de España y en People, la famosa revista estadounidense. Debo confesarlo: Me sorprendí. Es el inconfundible Príncipe Guillermo de Inglaterra. Nieto de la Reina Isabel. El hijo mayor de Carlos y la hermosa Diana, muerta como en las películas, en un desgraciado accidente automovilístico cuando huía con su amante, rumbo a los acurrumacos y lejos del esposo.


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Me resultó inexplicable que diarios y revistas de México no utilizaron esta gráfica. La máxima periodística deshecha como noticia cuando algún perro muerde a cierto humano. En cambio, es novedad si sucede al contrario. Parodiando: No es noticia ver a un sirviente limpiando el retrete del Príncipe Guillermo en su lujoso palacio de Inglaterra. Pero sí cuando este joven hijo de Diana asea el excusado de los plebeyos tercermundistas.

No se trata de una foto para efectos publicitarios de relumbrón. O como se diría del Presidente Fox, “para subir el raiting”. No. El joven príncipe fue captado en la faena durante un programa de diez semanas organizado por la Fundación Raleigh International. Desde hace mucho se realiza cada año en la Patagonia, esa remota región de Chile en América del Sur. El chiste de todo, aparte del contacto con la naturaleza, es principalmente la supervivencia. Valerse por sí mismos. Por ejemplo, el Príncipe no tenía asistentes o guardianes. Debió arreglárselas solito. Leí cómo el hijo de Diana estaba contento por las nuevas amistades con otros jóvenes. En condiciones normales de su vida, nada más no hubiera sido posible. Cuando algún periodista lo entrevistó, el chaval comentó con mucha sinceridad, que todo lo vivido en la Patagonia no era precisamente a lo que estaba acostumbrado.

Vi otra foto donde está sentado en una rústica banca con la vista fija en una olla, vieja y ahumada. Con su mano derecha manejando un cucharón y dándole vuelta a lo que me supongo sería un caldo caliente para él y sus amigos. Seguramente la colocaría en una estufa que se veía en primer término, pero tan antigua como su familia real. No fue cuestión de estar solamente en un jacalón y jugando o limpiando. Nada de eso. Debió trepar montes. Cortar leña. Hacer estacas y clavarlas alambrándolas para limitar corralones. Además, lo imposible en Inglaterra: Le vi en otra foto con un chamaco de cuatro o cinco años sobre los hombros, en amistosa pelea con otro par. Por razones de supervivencia y compostura jamás le permitirían eso en su palacio. Pero en la Patagonia, los niños y lugareños se le acercaron con la libertad que sus paisanos no tienen.


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Luego le fue de la patada en una expedición con canoas sobre aguas rápidas. El temporal no estaba de su lado. Aparte de volcarse se perdió con sus amigos. Les cayó la noche y no pudieron regresar al campamento. Nadie salió a buscarlos. Comieron lo que alcanzaron a salvar de sus mochilas y como pudieron. Durmieron en el suelo. Sin cobijarse. Al día siguiente se orientaron y regresaron al campamento. Nadie preocupado los esperaba ni tampoco les dieron la bienvenida con alegres gritos. Confesó que fue la noche cuando más desprotegido se sintió en toda su vida. Otro momento inesperado le pasó al dormir en el piso de un salón de clases rodeado de chamacos chilenos. Cuando al día siguiente se quitó la ropa dijo con cierta ironía “todavía huele”, refiriéndose seguramente al sudor y humor de sus casuales acompañantes. Pero, aunque limpió excusados, ni le dio asco ni se negó hacerlo o le pagó a otro para tomar su lugar. Insistió en experimentar la vida fuera de la realeza. Enfrentó indudablemente otras situaciones alejadas de la formalidad y, lo más notable, no ser atendido hasta en lo mas mínimo por un ejército de servidumbre. Le cayó bien que sus casuales amigos tercermundistas le llamaron Willie y no Su Excelencia. Naturalmente, nadie le hizo caravanas cuando cada vez lo veían.

Siempre pensé: A los herederos de la corona inglesa y de otros reinados los traían entre sedas y algodones, sin que les diera el aire y menos se les acercara un plebeyo. Que los educaban en Palacio y no podían tener una vida normal. Pero me sorprendió cuando supe lo del Príncipe Guillermo. Contrario a su padre, decidió participar en este programa. Incluyó la obligación de lavar cada uno su ropa, aprender el español y realizar una obra para la comunidad. En este caso, armar un puente de madera.

He sabido de herederos reales enviados a estudiar en Georgetown, cerca de la Casa Blanca en Washington. Allí fue el Príncipe Felipe de España pero no se le despegaban sus guarda-espaldas. Antes, cumplió la mili, como le dicen en su tierra al servicio militar. Lo vi en México cuando entró a Palacio Legislativo para asistir a la toma de posesión de Vicente Fox. Alto, bien derechito, cuerpo atlético, traje a la medida, innegable estampa de príncipe. Y claro, bien protegido. Ya iba con la representación de su padre, el Rey Juan Carlos, y la hizo bien. Por origen y soltería, su vida está mas cerca del jet-set y las páginas de la famosa revista de corazón, Hola.

Creo que al hijo de Diana, lo persiguen en recuerdo a su madre. Ciertamente tiene un parecido a ella. Heredó también esa sonrisa entre tímida y seductora. La mirada normalmente con la cabeza un poco inclinada, pizpireta. Supe por otra parte sobre el pronóstico de los expertos en realeza británica: Guillermo establecerá una relación más cercana y sobre todo menos estirada, muy sincera con los súbditos, como nunca sucedió entre los Windsor. Otras crónicas permitieron enterarme que prefirió hablar simplemente como un inglés bien educado y no con el odioso tono gangoso de su padre. Nada de fingimiento o poses estiradas.

Precisamente a su padre le encanta jugar polo. Aparte de hacerlo continuamente en Inglaterra, por lo regular le organizan encuentros de tan costoso deporte en los lugares donde realiza visitas personales o giras oficiales. Naturalmente, México no ha sido la excepción. Su imagen ya quedó como polista. La de Diana, infunde lástima, pero se le recuerda hermosa y elegante.

Recién cuando regresó el joven príncipe a Gran Bretaña, alegre y con mucho por contar a la familia, sucedió algo inesperado. Su padre, cabalgando en una cacería de zorros -práctica reservada a la realeza- se cayó y rompió el hueso del hombro. Se reportó oficialmente en el Palacio de St. James que el penco lo desmontó al ejecutar un “salto sorpresivo”. Las asistencias lo llevaron al hospital Elizabeth Queen de Nottingham. Al principio creyeron: “Se dislocó el hombro”, pero la radiografía exhibió una leve fractura en el acromión, pequeño hueso que forma parte del omóplato y se articula con la clavícula. No le practicaron ninguna operación. Solamente lo enyesaron y deberá andar así algunas semanas. No es la primera vez. En 1990 se rompió el brazo derecho también durante un encuentro de polo.

Curiosamente, lo no sucedido al hijo en condiciones muy difíciles y alejao de la civilización, le pasó al padre acompañado de condes, duques, lores y demás componentes de la realeza. Por todo esto cinco palabras para terminar: Sucede en las mejores familias.

 

Tomado de la colección “Dobleplana” de Jesús Blancornelas, publicado por última vez en febrero de 2001.

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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