Lee Israel es una escritora acostumbrada a figurar en las listas de best-sellers del New York Times, primero por sus biografías de celebridades como Katherine Hepburn, Estée Lauder y Tallulah Bankhead, y después, por recrear su descenso al mundo del delito, al falsificar cartas supuestamente escritas por famosos y lucrando con tales documentos.
Melissa McCarthy parece haberse encontrado como una actriz de enormes cualidades histriónicas gracias a este personaje que le ha merecido -y con todos los méritos posibles- una nominación al Óscar que debería ganar por interpretar a esta autora que conocemos a los 51 años, malhumorada, solitaria, sin dinero, acaso conservando la última expresión de cariño que le queda para su gata de 12 años, Jersey, a la que no puede pagarle ni siquiera los cuidados veterinarios que requiere.
Luego que las librerías de segunda en su barrio neoyorquino acaso le dan un par de dólares por comprarle sus libros, a Lee se le ocurre ofrecer una carta que Katherine Hepburn le escribió cuando no logró llegar a una entrevista. Al ver la facilidad con la cual obtiene efectivo por esa misiva y después por otra que casualmente encuentra entre las páginas de un libro en la biblioteca, la idea de falsear cartas se le da con facilidad.
En su fechoría la acompaña Jack Hock (Richard E. Grant), de plano un vago que solía colarse en las fiestas de los intelectuales, en una de esas andadas conoció a Israel cuando era una escritora valorada y se vuelve a topar con ella en un bar en pleno estado de ebriedad, que ya es la costumbre para este par de fracasados.
La prosperidad compartida es tan fugaz como riesgosa, pero es lo único que a la protagonista se le ocurre en un mundo donde plumas superfluas como la de Tom Clancy (Kevin Carolan) valen millones de dólares y Lee Israel ni siquiera puede pagar la renta de su viejo apartamento porque nunca aprendió el juego de la promoción literaria ni se puso a tono con los gustos de los lectores actuales.
El resultado es una amargura perpetua o, más bien, un estado de pánico mezclado con resentimiento al verse sin opciones frente a su vieja máquina de escribir. McCarthy es simplemente brillante al momento de encarnar a este complejo y desagradable personaje bajo la muy atinada dirección de Marielle Heller. Hay sarcasmo en sus palabras mezclado con una profunda tristeza en la mirada de la actriz cuando encarna a Lee, de tal suerte que uno olvida a la comediante y sólo se concentra en su ingenio para sostener este drama.
Grant es Grant, un artista británico que sabe dominar un papel y aquí se muestra muy cómodo en la marginalidad codependiente de Hock, un personaje que sólo puede encaminarse hacia el abismo.
Cuando el FBI dio con este par, 400 epístolas ficticias andaban circulando por ahí, muchas ya en posesión de adinerados coleccionistas. Lee tuvo que enfrentar la Corte, y Hock, el deterioro de sus excesos, pero la historia que resultó de todo este lío es la que finalmente esta escritura necesitaba para encontrar su voz y arrepentirse del crimen más grande que cometió en su vida: ser incapaz de amar. Vaya reto para la McCarthy, difícil si no es que imposible imaginarla en los zapatos de alguien como Lee Israel. En pocas palabras, ella es la película. ****
Punto final.- Luego del Goya, “ROMA” sigue por el mejor de los caminos.