Vivimos tiempos verdaderamente contradictorios. El Presidente López Obrador en tan sólo 30 días ha realizado cambios asombrosos que le darán nueva perspectiva a la nación. Como bien escribe mi querido amigo Gabriel Pereyra, los principales símbolos del poder presidencial “fueron dinamitados y volaron por los aires”.
El Estado Mayor Presidencial, que tenía el lema “nadie toca al Presidente…”, desapareció tan calladamente como habría sobrevivido, más de 60 años de forma silenciosa y discreta. Todos vimos en la toma de posesión los cambios de símbolos; el Presidente, en un pequeño auto, sin guaruras; el expresidente rodeado de guardaespaldas y en lujosas camionetas blindadas. Ese día, la casa presidencial se convirtió en Casa de Cultura.
“Loco, mesiánico”, argumentan sin razonar algunos, “está destruyendo a México”, exclaman con esquizofrenia. El avión presidencial, la casa presidencial de Los Pinos, o el
Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, símbolos de la corrupción y del dispendio, han dejado de existir, pero se sigue insistiendo que costará más su desaparición que su mantenimiento.
El Presidente hace público su patrimonio y la declaración “tres de tres” y le reprochan que no tenga pertenencias materiales, que no tenga muebles o chequeras, cuando nadie antes, ningún presidente de México, hizo público su patrimonio. Ven la astilla en los ojos ajenos y se olvidan de la viga en el suyo.
Los que subieron el IVA en 2013, se molestan por el nuevo esquema fronterizo, que reduce este impuesto al 8%. Se aprueba un presupuesto federal con tasa 0, que crea la política social más profunda de los últimos años, aprobando 25 nuevos programas sociales y critican que sólo lo aprobó Morena y olvidan que el PRI durante más de 80 años lo aprobó siempre en solitario.
El Presidente informa diariamente a la nación y enfrenta los temas coyunturales y de fondo. Da la cara y hacen berrinche, que porque ocupa toda la agenda nacional, pero se olvidan que los tres presidentes anteriores, pagaban miles de millones de pesos a los medios de comunicación y comunicadores para ocupar la centralidad de la agenda nacional; la diferencia es que a AMLO no paga nada.
Se reducen los gastos del gobierno, se bajan los sueldos, se despiden aviadores. Se aumentan los salarios mínimos, los más altos en las últimas décadas, con lo cual se cumple con un viejo reclamo de la izquierda y se satisface un imperativo moral y lo tachan de populista.
Se combate el robo de combustible, que nos genera pérdidas de 60 mil millones de pesos anuales a los mexicanos, y en las medidas para frenarlo, se crean algunos los problemas de desabasto, que los lleva a comparar a México con Venezuela. Se centraliza el poder en aras de hacerlo más eficiente, para que la transformación sea más profunda y el combate a la corrupción sea más efectiva y combata de frente la corrupción e ineficiencia de los gobernadores.
Los que aplaudieron las medidas centralistas de Peña, hoy se creen voceros del federalismo, tema que no entienden y esconden su deseo de seguir manejando los recursos públicos discrecionalmente y con opacidad.
Los intelectuales mexicanos casi siempre han estado atrás del progreso y de las grandes transformaciones de nuestro país, están alejados de esta nueva transformación. No es nada nuevo ni realmente me importa. Lo preocupante son las opiniones de muchos mexicanos, sobre todo en las redes, que sin investigar, sin conocer, sin información, únicamente por actitudes partidistas, actitudes prejuiciosas o lo peor por convicciones personales ultraconservadoras, expresan juicios de valor sin fundamento y totalmente alejados de la realidad; claro, han sido carne de cañón de la propaganda negra que se desarrolló contra AMLO desde el 2000, cuando se señaló que era un peligro para México, que estaba patrocinado por el presidente venezolano Hugo Chávez.
La propaganda funcionó entonces y muchos se quedaron con aquella propaganda perversa y siguen pensando que en México se va a instalar un gobierno comunista y dictatorial. O que se está destruyendo al país. Realmente apenan estas posiciones. Son ignorantes, sin información y verdaderamente conservadoras. Me recuerda cuando yo era niño y desde el púlpito de las iglesias decían que en Rusia los comunistas se comían a los niños.
No, amigos. Por supuesto que cada quien tiene derecho a pensar como quiera, pero para opinar hay que informarse.
Miren, amigos; se ha hecho una transformación sin precedentes en tan sólo 30 días, sin disparar un tiro, sin uso de las armas, sin presos políticos. México será un ejemplo de transformación por la vía del voto y de manera pacífica.
Amador Rodríguez Lozano, es tijuanense. Ha sido dos veces diputado federal y senador de la República por Baja California; fue también ministro de Justicia en Chiapas. Actualmente es consultor político electoral independiente y vive en Tijuana. Correo:amador_rodriguezlozano@yahoo.com