Antorchas humanas corrían por el sembradío, los más afortunados calzaban sólo botas de fuego, la oscuridad recién impuesta por la noche hacía que la imagen fuera aún más impactante, los gritos de dolor y auxilio resultaban estrujantes. A pesar de lo extremadamente crueles que somos los seres humanos, contradictoriamente, en nuestra naturaleza la compasión por el dolor ajeno existe en forma de sufrimiento. Y así sufrimos los bien nacidos.
Quienes en Tlahualilpan perecieron, se inmolaron en el intento de paliar su pobreza, pero también empujados por ese espíritu de rapiña antisocial que décadas de corrupción endémica ha impuesto a amplios sectores de la sociedad. Momentos antes de la desgracia aquello era una fiesta, de abuso y robo descarado, que difícilmente podría catalogarse como famélica. Si me apuran tantito la escena previa al estallido podría haber sido parte de la galardona película Mad Max, en la que una sociedad sin gobierno y sometida al estrés de la sobrevivencia, va por la vida tomando lo que se encuentra en el camino sin importar si tiene dueño o no. La imagen se repite cada que por una carretera que cruce un pueblo pobre, algún camión con mercancía o hasta ganado se accidente, la gente no corre a auxiliar a los heridos sino a proveerse en la desgracia. El asunto no es menor, los atracos de fuente ovejuna se reproducen por vastas regiones del país y en distintas formas, han llegado al extremo de citar al hurto por las redes sociales.
El país que recibe AMLO tiene grandes males económicos y sociales, pero también morales. Existe un tejido social descompuesto, producto de una sociedad que se ha sentido abandonada a su suerte, fraudada por las élites y desgobernada, que la lleva a replicar el robo que sabe, ejecutan los de arriba. El diagnóstico y la medicina que aplica el presidente López Obrador son lo correcto: atacar frontalmente la pobreza mediante vastos programas sociales; reorganizar el sistema de seguridad nacional y, reconfigurar moralmente a la sociedad mediante el ejemplo de sobriedad y honradez; pero también convocando a un pacto social de carácter moral entre los mexicanos al que ha llamado La Constitución Moral.
¡Ya no habrá pretextos! Ha exclamado al anunciar un apoyo familiar de 8 mil pesos a las familias pobres de la zona “huachicolera”. Los canallas de siempre actúan con la malicia que los caracteriza, culpabilizando al gobierno que está atendiendo los grandes problemas que la canalla empoderada provocó. Eso pasa por cerrar los ductos, han bramado. Fue su culpa por creer que el pueblo es bueno y no poner orden mediante la violencia legítima de estado, alegan otros. Él lo maquinó para recibir más apoyos a su cruzada contra el “huachicol”, dicen los más ruines. No cambian, pero el mexicano, como adicto que se sabe enfermo, ha decidido cambiar rechazando mediante las urnas a sus envenenadores y empedrando a AMLO y su cuarta transformación. Lo que hoy vemos son las recaídas naturales que cejarán cuando la constancia de las acciones purificadoras se imponga. Con dolores, pero ahí la llevamos.
Jesús Alejandro Ruiz Uribe es Doctor en Derecho Constitucional, ex diputado local, rector del Centro Universitario de Tijuana en el estado de Sonora y coordinador estatal de Ciudadanos Construyendo el Cambio, A.C. Correo: chuchoruizuribe@gmail.com