Como actor, director o guionista, desde hace 25 años el tijuanense dedica su vida a los entablados. En 2019 hará un show clown, protagonizará dos películas y montará dos obras, incluida una con su dream team actoral, compuesto por Irene Azuela, Mauricio García Lozano, Casandra Ciangherotti, Teté Espinoza, Alberto Lomnitz y Alfonso Lozano
Hay algo que queda perfectamente claro cuando uno habla con Adrián Vázquez: el teatro lo apasiona. Se le nota en el entusiasmo de su rostro, lenguaje corporal y las palabras que utiliza para expresarse del ímpetu que también se puede constatar a través de obras como “Wenses y Lala”, “Algo de un tal Shakespeare”, “Los Días de Carlitos” y “El Hijo de mi Padre”.
Alumno de teatro en Xalapa, Veracruz, de 2003 a 2010, y desde hace ocho años habitante de Ciudad de México, el tijuanense que el año pasado giró exitosamente con la obra “Donde los Mundos Colapsan”, con el protagonismo de Silvia Navarro y Osvaldo Benavides, habló con ZETA del surgimiento de su oficio, el andar en el rubro, cómo es su proceso de escritura y los proyectos que emprenderá en 2019.
— ¿Cómo surge tu inquietud teatral?
“La descubrí en mi edad adulta, a los 18 años. En mi familia no hay nadie que se dedique al arte o la cultura. Si tratamos de ubicarnos en una Tijuana de hace 25 años, las oportunidades artísticas eran mucho menores. Ahorita tenemos la Facultad de Artes en la Universidad (Autónoma de Baja California), pero antes no había eso. Llegué a la Casa de la Cultura buscando un curso de francés, inglés, italiano, algo así, y el único que se adecuaba a mi horario de trabajo era teatro, se dio totalmente fortuito”.
— ¿Tenías alguna noción previa?
“En la ‘prepa’ estudié algo, pero no porque me gustara o fuera una cuestión de vocación, sino porque me obligaban a tomar una materia artística. En la segunda clase, el maestro que la impartía y del que no recuerdo su nombre, me corrió a mí y otro alumno diciéndonos que estábamos exentos. Esa medida era la concepción de las artes. Cuando llegué al taller de la Casa de la Cultura me di cuenta que el teatro era otra cosa, no subirte (al escenario) a hacerte el chistoso. Ahora lo entiendo, pero en aquel entonces me parecía heroico que alguien decidiera hacer teatro para contar historias y tratar de vivir de ello, sobre todo en una ciudad donde parecía que no había interés”.
— ¿Con el taller te percataste de tu vocación?
“Creí que era una actividad alterna porque estaba muy decidido a estudiar medicina, de hecho entré unos meses a la UdeG en Guadalajara y luego a la Facultad de Medicina de acá (Tijuana). Estudié un año y medio creyendo que iba a ser médico y el teatro era algo con lo que no tenía un pronóstico de toda la vida, sólo sabía que me gustaba e interesaba mucho, y que cada vez me llamaba más que la vocación de médico”.
— ¿Qué te hizo cambiar de prioridades?
“No compartía la frialdad de los médicos. Cuando me tocaba ir a la clínica me llevaba a casa toda la problemática de mis enfermos y los médicos deben tener muy aprendido el separarlo y ser un tanto ajenos a eso. El teatro era lo opuesto, realmente lo que haces es involucrarte en la sensibilidad de alguien que no eres tú”.
— ¿En qué momento te decides por el teatro?
“Fue complejo porque no vengo de una familia artística, tenía la cultura del trabajo que se tiene en Tijuana. Desde los trece años trabajaba en un taller de mi papá, me iba muy bien, ganaba muy buen dinero y hacía teatro en las noches, así veía mi vida y la viví por cinco años ya casado y con hijas. Me di de baja de medicina al día siguiente de que confronté a un médico por cómo trató a un paciente y sabía que no quería seguir haciéndolo por mucho tiempo. Lo que detonó que buscara la licenciatura fue que empecé a dar clases en una escuela de psicología y un día me pidieron mi título para recontratarme y no tenía. No me recontrataron, me ardí y dije ‘nunca más me vuelve a pasar’, así que me fui a estudiar a Xalapa”.
— ¿Cómo decides los temas de tus obras?
“Creo no tener paradigmas temáticos, me gusta hablar de todo lo que me mueve en diferentes momentos de mi vida íntima y artística, y también de las inquietudes de las personas con las que trabajo. La mayoría de las obras que escribo, las interpreto y siempre digo que se trata de escribir lo que nos duele, pero creo que es más allá de eso, no sólo es lo que nos duele; también es lo que nos da esperanza, nuestros sueños y pesadillas”.
— ¿Se convierte en una dinámica de catarsis?
“Yo creo que sí, aunque no es la intención primera. A veces la catarsis llega después de cincuenta funciones, como me pasó con ‘Los Días de Carlitos’. Sabía que estaba contando una historia interesante que le gustaba al público y me gustaba representarla con mucha pasión, pero hasta después de tres temporadas, luego de una función y ya camino a casa, me llegó de golpe la nostalgia de esta relación fraternal que tengo con mi hermano, ahí me di cuenta de la potencia de la obra. Entendí de qué estaba hablando cuando no era la intención, nunca lo vi como algo para sanarme, al contrario, escribo para indagar en la llaga, hacer que duela y lastimar hasta el punto que ya no duela más y de pronto, entonces sí, ya todo es sanación”.
— ¿Cómo es tu proceso de escritura?
“Mis obras están inspiradas en muchos aspectos de mi vida, pero también en muchas otras cosas y creo que tienen la particularidad de que no me considero dramaturgo como tal, ni voy por la vida diciéndolo. Sé que escribo obras de teatro pero no soy dramaturgo. No me considero capaz de escribir una historia para alguien más sin conocerlo. Escribo para la gente que conozco, para la gente que quiero y escribo también sobre muchos aspectos que conozco a partir de mi vida o de las vivencias que he tenido con personas cercanas, pero, sobre todo y esto es lo más importante, escribo a partir de la escena”.
— ¿Esa técnica te permite ser disciplinado?
“En mi caso no, si se me ocurre la idea de una escena o tengo las palabras de una, puedo despertarme en la madrugada a escribirla y avanzo hasta que puedo. Cuando tengo la idea en la cabeza empiezo quizá a sugerir con quién quiero trabajar y qué me gustaría ver. Le hablo a la persona y le cuento que tengo algo que creo tiene una potencia muy ‘padre’, si logro contagiarla de la noción, que hasta el momento afortunadamente ha ocurrido, empezamos a vernos y platicar. A partir de esta comunión entre nosotros es que puedo seguir escribiendo.
“Desafortunadamente mi proceso no es disciplinado en cuanto a horario, pero sí en entrega y pasión. Sé que si adquiero el compromiso con una puesta en escena que tengo que escribir, no descanso hasta que la obra está como yo quiero que esté”.
— ¿Cómo logras mediar la espera con el actor?
“A veces para ellos es frustrante, como me pasó con el último proceso con Silvia Navarro y Osvaldo Benavides. Estábamos a veinte días del estreno y el final no llegaba, les decía que ya estaba muy cerca y estuvieran tranquilos porque sólo me faltaba afinar unas ideas. No es un proceso fácil para los actores con los que trabajo porque les pido confiar de manera total y echarse un clavado al vacío con la confianza de que les saldrán alas. La cosa es que algunos quieren tener el paracaídas por si no pasa o un helicóptero que los esté esperando. Pero es muy bello cuando les entregas al final y dicen ‘claro, así tenía que ser para tocarnos’, y si a ellos les toca la idea, es posible que también al público”.
— ¿Te pesa que en el medio se te considere “una promesa teatral”?
“No me pesa y tampoco es algo que me mueva. Tengo veinticinco años dedicándome a esto y me resulta muy grato que digan que soy una promesa porque me ven joven cuando estoy todo canoso. No lo considero una carga, ni motivación, porque mi motivación sólo es seguir haciendo teatro. Tampoco me mortifica la imagen del creador o el reconocimiento. En la última obra sabía que el 98 por ciento de la gente iba por Osvaldo y Silvia, y que era a ellos a los que les aplaudían al final, pero les aplaudían por lo que les pasa en la obra. Ese es el único reconocimiento que necesito, porque lo que más me interesa es contar historias, que la gente se quede con ellas y las haga suyas”.
— ¿Revisitas tus obras o te desprendes de ellas?
“No creo que las obras caduquen y soy de los escritores aferrados que si el público las sigue pidiendo, las sigo mostrando, así tenga que cambiarles el título. Creo que el teatro siempre tiene la posibilidad de ser vivo y fresco, o tendría que serlo, porque precisamente propone que en cada función sea una obra nueva. Me gusta retomar las obras pasadas y cuando los textos son míos, no tengo problemas en mutilarlos, quitarles cosas o añadirles otras. No soy tan de seguir una vocación religiosa en la literalidad de mis obras, si las puedo mutilar, quitarles o agregarles, con tal de que sigan funcionando como fenómeno escénico, está bien”.
— ¿Cuál es tu siguiente proyecto?
“Estamos por desarrollar la historia de una niña que cree que sabe volar, que para mí es una historia fantástica, yo no he escrito nada sobre temas fantásticos, pero tiene que ver también con la inquietud y entusiasmo de la actriz con la que voy a trabajar, una chica egresada del CEA que se llama Pamela Rus. Entre los dos estamos empezando a construir la historia, aún no tenemos un teatro, productor o algún tipo de financiamiento para llevarla a cabo, pero eso nunca nos ha detenido en veinticinco años y no tendría por qué empezar a detenernos ahora”.
— ¿Por qué te quieres adentrar en la fantasía?
“Para mí, por principio, el teatro tiene que desafiarme, ponerme esta idea de ver si soy capaz. Todos los proyectos que emprendo tienen algún tipo de desafío que me resulta excitante y por momentos angustiantes o llenos de terror. No lo hago a manera de fórmula, sino porque creo que así es como decidí que funciona mi vida artística. Este será un desafío total para ver si podemos jugar con esto o no. No es una cuestión de fantasía que pretendo en el estilo de Guillermo del Toro, que tiene personajes fantásticos o mitológicos, sino que trata más de una noción de llevar nuestra realidad a otro plano. Eso es lo que yo pretendo con esta historia, que sea bella y casi raye en la posibilidad realista, pero sepamos que no ocurrirá porque es mi noción fantástica”.
— ¿Desarrollarás algo desde tus otras facetas?
“Tengo otra historia que para mí es mi historia épica: la de una familia donde el elenco que tenemos pronosticado, apalabrado, e incluso con sesiones de trabajo, es mi dream team, el gran equipo con el que uno quisiera colaborar, donde está Irene Azuela, Mauricio García Lozano, Casandra Ciangherotti, Teté Espinoza, Alberto Lomnitz y Alfonso Lozano, que son EL GRAN EQUIPO. Lo único que falta realmente es desarrollar bien la historia que pienso es la que le sigue temáticamente a ‘Wenses y Lala’, pero esta estará muchísimo más cargada de tragedia que de amor y será desafiante para mí porque a varios de los actores los considero mis maestros. Que acepten trabajar conmigo me llena de angustia y de terror, pero al mismo tiempo de emoción por saber si lograré contagiarlos de lo que a mí me gusta”.
Asegurando que la esencia de Tijuana se filtra en todas las historias que escribe, este año Adrián Vázquez también montará un espectáculo clown y protagonizará las películas “Placa de Acero” (Abe Rosenberg) y “Polvo”, siendo ésta la ópera prima de José María Yazpik, en la que lo veremos al lado de Mariana Treviño.