Puede parecer algo postergado -sobre todo considerando que en su primera semana de estreno, en diciembre, más de 45 millones de usuarios de Netflix vieron la película-, pero nunca es tarde para comentar un buen trabajo de Susanne Bier, hecho con suma inteligencia.
Basado en la novela de Josh Malerman, este thriller apocalíptico se vale de un recurso audazmente manejado: sabemos que existen seres monstruosos que incitan a suicidios masivos, pero nunca los vemos. Acaso tenemos los dibujos que un misterioso profesor guarda en su viejo portafolios para darnos una idea de cómo pueden ser estos villanos ante los cuales nosotros, como espectadores, también estamos ciegos.
Sabemos que están ahí por las terroríficas expresiones de primeros actores como Sandra Bullock y John Malkovich, pero nada más. Y siempre es mejor un monstruo que imaginamos pero no vemos para generar terror.
Valiéndose de este recurso, la realizadora cuenta la historia de Malorie, una mujer que está embarazada y, por decisión propia, vive aislada del mundo, en su estudio de pintura. Su hermana es su contacto más cercano, incluso es quien le surte la despensa. Convencida de la incapacidad que tienen las personas para conectarse entre sí, esta solitaria protagonista tampoco se siente muy entusiasmada por el bebé que viene en camino. Ni siquiera le interesa saber su sexo y su indiferencia es tal que hasta la doctora que la atiende sugiere la salida de la adopción.
Cuando en las noticias se reporta una crisis de suicidios masivos inexplicables en Siberia y Europa, Malorie se muestra indiferente, como si se tratara de un suceso demasiado lejana a su realidad. Vaya error de pensamiento, pues poco tarda en verse en medio del sangriento caos al salir del hospital.
Su refugio es una casa habitada por los pocos que lograron sobrevivir el hechizo del que sólo se salvaron porque cerraron los ojos. Pronto descubren que esa es, de hecho, la única posibilidad de sobrevivir al mal.
Y así es como entendemos el principio de la película, cuando vemos a Malorie en un frágil bote con dos niños pequeños y los ojos vendados, navegando por un inmenso río rumbo a lo que suponemos es un refugio. Sus palabras son ásperas, da a los pequeños instrucciones con firmeza y advertencia, su distanciamiento parece tan brutal que se refiere a ellos como “Niño” y “Niña”. Es lo que ella cree que se necesita para seguir viviendo.
En momentos vemos al personaje ablandar su corazón, tener una relación sentimental, sin embargo, prevalece el temor rumbo a un final que no debe compartirse porque ahí está toda la moraleja.
Bier, la cineasta danesa a quien mejor conocemos por “In a Better World”, su obra maestra ganadora del Óscar por Mejor Película en Lengua Extranjera, es hábil para manipular los giros de este largometraje que es entretenimiento puro, pero con un significado al igual distópico, en el que la sabiduría está en el canto de los pájaros. *** y media.
Punto final.- Eviten el “Bird Box Challenge”. Ahórrense todo eso.