En una de tantas entrevistas, Alfonso Cuarón explicó su pasión por el cine desde niño, cuando veía películas de aventuras y ciencia ficción típicas de Hollywood. Hasta que un día vio “Ladrón de bicicleta”, el clásico del neorrealismo italiano de Vittorio de Sica que moldeó su perspectiva. Y esto se observa en “ROMA”, una película que llega a ser extraordinaria porque no puede compararse con ninguna otra apuesta cinematográfica mexicana.
Filmada en blanco y negro, en la colonia Roma de la Ciudad de México, esta pieza anecdótica de Cuarón no puede verse sólo una vez porque cada escena es rica en detalles que sirven de contexto para la historia de Cleo (Yalitza Aparicio), una sirvienta de origen mixteco que atiende a una familia clasemediera en tiempos de Echeverría, el profesor Carlos Hank González, el halconazo; es decir, cuando comienza la decadencia del sistema político en esta nación.
Esto lo sabemos por alguna propaganda que aún queda por ahí en las paredes de los edificios que la cámara de Cuarón capta para hacernos saber justo en qué momento de desarrolla esta historia, o tal vez porque el novio de Cleo entrena como halcón en Neza, quizás debido a que esta mujer le comenta a Adela, la otra mucama y cocinera también mixteca, que su madre tiene problemas en el pueblo porque la despojaron de sus tierras.
La protagonista parece contenta en el seno de esta familia donde hay cuatro niños, la abuela y un matrimonio en crisis, como en el resto del país. Esto apenas lo percibimos con esa intranquilidad que siempre permea el ambiente de una situación problematizada donde poco se dice, pero todo se siente.
Un abrazo desesperado, una discusión mínima por el refrigerador desordenado o el patio sucio porque no se le limpió al perro, un padre distante con el cenicero del auto lleno de colillas. Más que una adicción al tabaco, se nota el nerviosismo.
Y también está la entrañable relación de Cleo con esta familia de la que parece ser parte porque ve con ellos “El show del ‘Loco’ Valdés” aunque a medias, porque debe preparar el té de manzanilla al señor y no se sienta en el sillón, sino en un cojín, al lado del niño más pequeño que abraza a su nana.
Difícil imaginar la vida de esta gente sin Cleo y también resulta complejo pensar en qué sería de esta joven oaxaqueña sin sus patrones. Por eso cuando resulta “con encargo” hay pesar en la protagonista y más cuando Fermín deja que su violencia aflore, preparándonos para lo que viene.
En el fondo este largometraje de Cuarón expone el afán natural de la sobrevivencia cuando todo parece desmoronarse. Con una fotografía sumamente cuidada, vemos un avión cruzar el cielo como si fuera un símbolo del tránsito, de un largo e inevitable viaje en un país, en una familia, en una persona cuya vida está a punto de cambiar para siempre. Esto se intuye, no se dice, pero se imagina, gracias a la maestría de un realizador que nunca nos dice a dónde nos va a llevar, aunque conoce de primera mano el destino.
Y mientras todo termina o quizás sólo se transforme, la vida cotidiana sigue, con Cleo subiendo las interminables escaleras hasta la azotea para lavar una ropa que le es ajena, aunque no lo exprese así. Éste es el realismo mexicano con la firma de un genio del cine llamado Alfonso Cuarón. ****
Punto final.- Esperemos todos los premios para “ROMA”.