Una tarde de noviembre
me senté junto al balcón
y me acordé de tus besos
cual dulce roce del sol.
Me mirabas a los ojos
como quien mira una flor
mientras mi boca besaste
y hasta el alma enmudeció.
Un tañido de violines
escuché que me gustó
y por siempre se ha quedado
dentro de mi corazón.
Me acariciabas el pelo
antes de decirme adiós
y yo ni me daba cuenta
embelesada de amor.
Bajo el cielo una parvada
de golondrinas voló
al hacer bellas piruetas
que hasta la luna envidió.
Ya más nunca regresaste
mi boca se te olvidó
y no te importó que al irte
me causabas cruel dolor.
Desde entonces en noviembre
me siento en aquel balcón
a pensar en las caricias
que tu boca me brindó.
Una lágrima del alma
de mis ojos hoy brotó
al recordar la dulzura
con que tu beso mintió.
Lourdes P. Cabral
San Diego, California