Si la soberbia hiciera sudar “Los Buchoncillos” siempre andarían empapados. Les encanta presumir. Con ese mote son conocidos los chavos metidos al narcotráfico en Sinaloa. Algunos, parientes de mafiosos. La mayoría ayudantes o aprendices de tan insana ocupación. Les dicen también “buchones”. Y cuentan que su forma de ser casi es cultura sinaloense. Una amiga me dijo sobre estos jóvenes: “Es curioso ver sus caras de orgullo y presunción cuando los miras pasar en una camioneta ‘Lobo’ 2006. De doble cabina. Con acabados dorados y rines cromados. Y oírles cómo presumen a este o aquel narcotraficante”. Les fascina subir el sonido de su estéreo a todo lo que da. “Y no precisamente para disfrute propio, sino para que los demás oigan, los vean y sepan quiénes son”.
No es que alguien llegó a Sinaloa y los contagió con esa forma de ser. Tampoco fueron influenciados como “los cholos” que llegaron desde la chicanada de Los Ángeles. Entraron con sus costumbres a Tijuana y luego se desparramaron por todo México. No es moda como punk horripilantes que surgieron en Europa y acá los arremedan de lo peor. Lejos están “Los Buchoncillos” de esos odiosos “Mara Salvatruchas”. Pelones todos. Tatuados. Casi como los sicarios del Barrio Logan en San Diego, California. Con ese estrafalario enderezar y torcer dedos de las manos. Descamisados y descalzos. Boca abierta resaltando incompleta dentadura. Se me figuran vampiros sorprendidos por la luz. Atarantados al no alcanzar zambullirse en la sepultura.
“Los Buchoncillos” no son así. Ni se parecen. Al contrario. Bien limpios. “Livais” de marca o pantalón de vestir. “Versace, “Boss” o de otra firma famosa. Camisas bien fajadas pero dando la impresión de vestir talla poco más grande por lo flojo. Casi siempre estampadas. A veces con imágenes religiosas. Acostumbran cinturón y zapatos de la misma piel. Normalmente de algún animal exótico. Pero eso sí. Nunca les falta el celular. De los más modernos. Y por si todo eso no los distinguiera, agréguele las alhajas. Cadenones de oro. Más gruesos que los acostumbrados por la negrada pandillera norteamericana. Pero con algún crucifijo o medalla. También les encanta lucir figuras en oro de plantitas de marihuana. Algún “cuerno de chivo”. O su nombre en letras garigoleadas. Total. Se distinguen. Todos son “buchoncillos”. Llenos de vida. No como viciosos. Cadavéricos. Como aquellos que cuando pasan por un cementerio lo ven como si buscaran casa de renta.
También son amantes de los corridos. Los narco-corridos. Les gusta la música norteña. Pero más de banda. Puritita sinaloense. Siempre retacan “El Foro de Tecate” en Culiacán los fines de semana. Arman grandes pachangas. Por su forma de vestir son bien conocidos. Por eso y los carrazos que se cargan tienen “pegue” con las damitas. Se sienten so-ña-das cuando las escogen para bailar. Pero más y más “buchoncillos” retacan el centro de diversiones cuando se presentan “Los Intocables”, Valentín Elizalde o “Los Cadetes de Linares”. Aparte se aparecen en los “bailongos” de otros lados. Siempre llegan como si fueran la divina garza envuelta en huevo. Muchas veces los adultos les ven con más respeto y menos miedo.
También les gusta mucho ir a los restaurantes. Dinero nunca falta. Por eso pueden darse tales lujos y más. Pero tienen sus preferencias, como la cabra cuando tira al monte. Frecuentan los comederos en “Las Quintas” de Culiacán, la llamada “zona rica” sinaloense. Allí están puras residencias de ensueño. Una tras otra ocupadas por familias de narcos. Intocables. Por eso “Los Buchoncillos” se sienten lurios caminando o manejando por esos lugares. Sabiéndose vistos se dan por satisfechos. Es como cuando entran a tiendas de artículos remilgados. Encarecidos. Entonces sí “se dan su gran paquete”. Aprovechan para revolverse con los acomodados y eso les satisface. Se sienten realizados. Sobre todo, al ver que impresionan a los ajenos en el narcotráfico.
Una forma que les encanta es “quemar llanta”. Sobre todo, cuando hay chamaconas viéndolos. Lo hacen una, dos y tres veces frente a ellas. Naturalmente con el volumen del estéreo al máximo. Algunos andan debajo de los 18 años y otros, ya cumplidos pero sin licencia para conducir. Los gendarmes saben pero ni se meten. Y otros les llaman a “Los Buchoncillos” y salen bien gratificados. Además, tienen una ventaja sobre los policías: Siempre andan en grupo. Por lo menos 15.
Desgraciadamente esta no es toda una vida para “Los Buchoncillos”. Ellos lo saben muy bien. Pero dan la impresión de no tomarlo en cuenta. Su vida es realmente corta. De pronto aparecerán muertos por allí. Ejecutados. Con dos o tres tiros en la cabeza. Me los imagino como apéndices en el cuerpo del narcotráfico. Cuando es necesario debe extirparse porque causa daño. Así está resultado. Jóvenes que terminan en el camposanto. Su vida se alargará un poco cuando se apeguen a grandes mafias o se acerquen a los capos. No es que uno les eche la maldición gitana, pero de viejos no van a morir. Es triste escribirlo. Más todavía: Hay muchos niños en Sinaloa soñando con ser “buchones” en cuanto crezcan.
Recuerdo con eso a los “narco-júniors” de Tijuana. Tampoco andaban de fachosos. Normalmente bien vestidos y con buena ropa. Carros último modelo. Fiestas en grande. Los reyes en la preparatoria o fuera de ella. Atracción de las chamacas que al final de cuentas terminaron unas viudas, y otras visitando a su pareja en la penitenciaría. Fue una época en Tijuana cuando se afamaron. Y ahora todo mundo los recuerda. Unos en el cementerio. Otros enchiquerados en “La Palma” o alguna cárcel de Estados Unidos. Saldrán libres cuando estén ancianos y nadie les haga caso. La vida deja ver. Lo afamado y presumido en el narco es como un suspiro. Las consecuencias son la vida.
Escrito tomado de la colección “Dobleplana” de Jesús Blancornelas, publicado por última vez en noviembre de 2010.