El “Café Pacífico” en San Luis Potosí siempre fue de chinos. Nunca lo cerraban. De día iban las familias. Muchas en sábados y domingos cuando de paso en sus visitas a la Alameda. Estaba a media cuadra. Grande. Hermosa. Arbolada. Lago con cisnes. Alquiler de bicicletitas, velocípedos y patines del diablo. Dulce de algodón, “pepitas” y aguas frescas. Además, siempre había viajeros en el restaurante. Las terminales de autobuses y estación del ferrocarril eran las únicas y operaban cerquita. El sello del comedero, grandes milanesas con papas fritas. Birote enorme y grueso copón de café con leche. Todo por dos pesos más un tostón. Cuando mucho 20 centavos de propina.
Ya entrada la noche era el lugar perfecto para “echarse” la primera, comer algo y luego seguir la parranda en otro lugar. Desaparecía entonces lo familiar y aparecían los galanes. Como si fuera un teatro cambiando escenario. Trajeados. Saco cruzado largo. Hombreras anchas. Y camisa ceñida a la siempre cinturita del pantalón, sostenida por cinturón delgado y tirantes. Abrochada a medio pecho. Las puntas del cuello largas y puntiagudas sobre el saco. También había encorbatados. Unos lucían sombrero y otros envaselinado peinado. Entraban al café como toreros a punto de partir plaza y mirando a los tendidos. Éstos, recorriendo el lugar con la mirada y luego caminando entre las mesas. Como se decía “echando tipo” y “castigando”. Deslumbraban entonces las damas del tacón dorado. Vestido ceñido de satín. Muchas veces rojo carmesí. Morado. Pocas blanco y más negro. Pero todas con un escote auténtico imán para cualquier mirada masculina. Pelo rizado natural o pintado. Tupido y brillante hasta los hombros. Maquillaje de más. Lunar fingido en mejilla o pómulo. Manos bien cuidadas. Uñas largas pintadas y entre los dedos el infaltable cigarrillo. Medias nylon con sensual costura atrás. Y naturalmente zapatos de grueso piso y tacón alto. Dejaban a su paso una oleada de perfume barato y tentación. A veces llegaban solas o ya con su pareja “de planta” o casual. Iban o venían de farra. Pero de seguro terminarían vendiendo caro su amor en el cuarto de un hotel. Sobraban por el rumbo.
No había otro café igual. Era el remanso musical. Muchos tríos y pocos cuartetos. Listos “para llevar serenata” a la noviecita formal o “mañanitas” para madre o esposa. En el canto y melodía imitaban muy bien a “Los Panchos” entonando “Contigo”. Otros a “Los Dandys” con “…tú eres la gema que Dios”. O “…reloj no marques las horas” de Cantoral. 50 pesos por seis canciones y el “pilón” obligado “…hasta mañana”. O como era costumbre al llegar “…despierta, dulce amor de mi vida”. Incluía el transporte a veces. Requintos, guitarras, maracas y claves resonaban con dulzura en la noche. Puro enamoramiento. No había conjuntos desafinados. Eran ingredientes clave de romance tal cual aquella melodía “…sol de mi vida, luz de mis ojos”. Así la serenata era puerta para entrar al noviazgo. O a veces éste encaminado, ya rumbo al matrimonio. Desagradable en ocasiones para las presumibles suegras. Celos entre la cuñadiza o corajina segura del jefe de la casa.
Entre 1955 y 60 nunca tuvimos día para descanso en el periódico. Los domingos hasta nos “dobleteábamos” con una edición especial casi nocturna. Terminada la faena todas las noches pasábamos frente al “Café Pacífico”. Era nuestro camino obligado al restaurante o cantina preferidos. Nunca cenábamos allí. De pronto caían camaradas retacados de alcohol o cerveza. Y nada más fuera de lugar que un encuentro ebrio-sobrio. El primero insiste en “órale, emparéjate” y el otro repite “….ah, cómo estás….molestando”. Pero había noches de escala. El caballero llevando en auto a su amada. Estacionaba el vehículo frente al café. Y desde adentro acurrucaditos escuchaban las canciones. Entonces a trío bueno, audiencia gratis.
También cuando el amor o el licor nos empujaban “llevábamos gallo”. Por eso eran nuestros amigos los de un buen trío. Y si nada más íbamos de pasada nos tocaban un pedacito de “…Flor se llamaba, Flor era ella”. Con eso le recordaban a mi maestro y jefe Rubén Téllez Fuentes triste episodio. El de un amigo noviando precisamente con una chamaca llamada Flor. Era su adoración. Pero la damita se enfermó hasta morir. Su amado sufrió mucho. Iba entonces hasta donde el trío. Les pedía una y otra vez cantar “…la de Flor”. Llegaba triste. Terminaba llorando y tomado. La canción parecía hecha a su medida. Recuerdo algo la letra y no exactamente “…y para siempre, se quedó dormida, mi Flor querida, sin un suspiro”. Tanto pidió canto y licor hasta lo fatal: Se suicidó. Por eso la melodía no era de serenata. Recordaba dolor y muerte. No conocí a Flor ni a su enamorado. Nunca imaginé sus rostros. Ya pasaron muchos años. Siempre se me figuraron abrazados y llorando.
A mediados de diciembre vi una foto de Kristen Rosumm. 26 años. Rubia. Hermosa. Cejas delicadas. Ojos verde mar. Nariz recta exquisita. Boca chica. Labios tiernos. Como una finalista en concurso de belleza. Estaba casada con Greg de Villers. Debieron ser muy felices durante su noviazgo, matrimonio y después. Además, ganaban muchos dólares.
Ella era toxicóloga en el Gobierno de San Diego, California. Logró el puesto por talento y no belleza. Mucha capacidad para conocer venenos. Sus propiedades y efectos. Sabía absolutamente todo síntoma por envenenamiento. Cómo reconocer las materias que dañan y la forma de combatirlas. Experta en clasificar sustancias de origen microbiano, maligno y mortal.
En noviembre de 2000 Kristen se encaminó legalmente al divorcio. Cierto día llamó a la policía. Reportó que cuando llegó a casa encontró muerto al esposo. Para empezar los detectives no hallaron antecedentes de enfermedad en el difunto. Pero el forense descubrió escorias venenosas durante la autopsia. Entonces no fue difícil dar con la causa. Kristen estaba enamorada del supervisor en su empleo, Michael Robertson. Por eso decidió la separación. Fue más lejos. Utilizó veneno para matarlo, pero la pasión le hizo olvidar que no se puede esconder. Fácilmente la descubrieron.
Su caso fue a la Corte. Fiscal, defensor y jurado. Alegatos de rigor. Se llevaron muchos meses entre pruebas y contra-pruebas. Hasta el 12 de diciembre del 2002 cuando la hermosa oyó la sentencia: Cadena perpetua. Lo más triste de tal historia aparte del fiel marido envenenado fue el abandono sufrido por Kristen: En cuanto el compañero de trabajo y amante supo sobre el envenenamiento de su apasionado rival dejó el empleo. Se fue y vive en Australia. Kristen están pagando con cárcel el amor, como con su vida el novio de Flor.
Tomado de la colección “Dobleplana” de Jesús Blancornelas, publicado por última vez en febrero de 2003.