El PAN de Baja California se tropezó con la gubernatura. En 1988 el partido de estado que gobernaba México se rompió irremediablemente y se dividió el electorado. En B.C. ese rompimiento significó oficialmente el triunfo del candidato presidencial opositor que había encarnado esa ruptura. El país se convulsionó pues sobraban evidencias de que Cuauhtémoc Cárdenas había sido el verdadero ganador de la Elección presidencial. Era el nacimiento una nueva etapa política para el país en la que el mundo exigía la democratización de nuestro sistema político.
Las autoridades que emergieron del fraude electoral estaban en alerta máxima por la irrupción de un movimiento político opositor, masificado y organizado, que inevitablemente se convertiría en un partido político encabezado por quienes asumían, con legitimidad argumentativa, que habían sido despojadas del triunfo mediante trampas electorales, y que se oponían con firmeza a las políticas económicas neoliberales que pretendían profundizar. Desde el “nuevo PRI” encabezado por Carlos Salinas, se asumió que Cuauhtémoc era el más peligroso enemigo del estado mexicano, que estaba empoderado y que no cejaría en la disputa por el poder.
Se sentían acorralados pues al país lo recorrían fuertes vientos de cambio y estaban conscientes de que la apertura democrática era irreversible. Buscaron entonces aliados internos que les permitieran administrar y controlar esa apertura. Los encontraron en el viejo objeto de su desprecio, aquel que durante décadas había justificado discursivamente su existencia como partido de estado de un régimen autoritario, los panistas “reaccionarios”, “mojigatos”, “pro gringos”, “conservadores” y “enemigos de la justicia social”, que ellos habían satanizado.
La verdad es que el PAN jamás, ni en el 88, había puesto en riesgo electoral al PRI, había sido más bien, el enemigo perfecto, pues este débil contrincante ideológico era utilizado eficientemente como amalgama ideológica propia. El costo de la alianza fue caro, para los priistas de nuestro estado, pero barato para Salinas y su grupo. Los “románticos demócratas” de la irrelevante derecha mexicana, entendieron su nueva situación y aceptaron el puesto de rescatistas a cambio de que se les compartiera del poder que ayudarían a blindar.
Esto fue posible porque en muchos sentidos el nuevo PRI compartía con ellos la misma visión económica de país. A esos acuerdos se les llamó la “concertacesión” y el primer beneficiario fue Ernesto Rufo y el PAN de Baja California, pues por azares del destino, era el primer estado en el que se realizaría una elección de gobernador después del histórico 1988; era una entidad que ya se había manifestado contundentemente a favor de un cambio y, en el que el PAN postulaba como candidato a gobernador a un tipo simplón, carismático, inofensivo y desideologizado que entonces fungía como alcalde de la pequeña Ensenada.
Por si fuera poco, y para la suerte azul, el movimiento que encabezaba Cárdenas apenas se había constituido en partido y enfrentaba una poderosa estrategia implementada desde el estado mexicano para dividir sus fuerzas y demonizarlo socialmente con el epíteto de violento. El presidente de la república cumplido su parte, destituyendo y exiliando al gobernador priista de aquella época, dándole trato de enemigo político y ofreciéndolo como carne fresca que alimentara el discurso del simpático candidato panista, además, para amarrar el acuerdo, el “nuevo” PRI postuló a una candidata a gobernadora política y físicamente débil.
La combinación genial de factores reales y fabricados fue un éxito, y para sorpresa de la mayoría de los panistas locales, su partido, ganaba contundentemente la primera gubernatura de oposición en la historia del régimen político que se consolidó después de la revolución mexicana.
Jesús Alejandro Ruiz Uribe es Doctor en Derecho Constitucional, ex diputado local, rector del Centro Universitario de Tijuana en el estado de Sonora y coordinador estatal de Ciudadanos Construyendo el Cambio, A.C. Correo: chuchoruizuribe@gmail.com