–A ver, ¿tú de dónde eres?
“De Michoacán”.
–¿Y tú?… ¡Hazte para acá!
“De Jalisco”.
–¿Dónde los agarraron?
“A mí en Oxnard?
“A mí cerquita de Los Ángeles”.
–¿Iban o ya estaban trabajando?
“Yo ya tenía un año”.
“No pues yo ya iba para tres”.
–¿Qué traían?
“Nada”.
–¿Cómo que nada? ¿A poco ni equipaje?
“A mí no me dieron chance ni de ir a la casa por mis cosas”.
–¿Cómo le van a hacer para irse a su tierra? ¿O se van a pasar de ilegales otra vez?
“Yo voy a ir a la Casa del Migrante. De allí llamaré a mis familiares para que manden dinero”.
“Si no encuentro trabajo, pues también me regreso”.
–A mí no van a ver la cara. No soy nuevo aquí. He recibido a muchos como ustedes. Segurito se van a buscar un coyote y se pasan de regreso.
“No, señor. Yo quiero irme para mi tierra”.
“Y yo no buscaré ningún pollero. Si me voy, me lanzo solo”.
–Bueno, bueno, ya estuvo. ¿Cuánto dinero llevan? A ver.
“A mí no me habían pagado”.
“Yo acababa de mandárselo a mi jefecita”.
–Nada, nada, no se hagan, deben traer algo.
“No, señor”.
“Por esta, jefe”.
–A ver, quítense los tenis.
“¿Cómo?”
“¿Para qué?”
–Rapidito, rapidito, quítenselos.
“Está bien”.
“Ya voy, señor”
–¿Conque no traían dinero? ¿Y éste qué es? A ver tú, 20, 40, 60, 80, 100… ¿Y tú? ¡Hijo de la…! 100, 200, 300, 400…
“Son para comer”.
“Es lo que llevo a la casa”.
–No me aleguen. A ti te dejo 20 dólares, a ti 100 y díganle que les fue bien. Ni griten. Mas les vale irse si no los remito a la barandilla. Háganse a un lado. A ver, los que siguen, los que siguen….
Este relato, palabras más, palabras menos, se ha escuchado día y noche en la puerta giratoria de gruesos tubos, única, en la cerca fronteriza de cualquier ciudad norteña. Sucede cuando un autobús de la migra, atiborrado de mexicanas, mexicanos y chiquillos los transporta hasta los últimos metros de Estados Unidos, más cerca de tierra mexicana. El diálogo no es ficción. Ciertamente tampoco es textual. Pero lo escribí aproximado a los testimonios que he recibido, de los propios protagonistas: Indocumentados, policías, defensores de los derechos humanos, compañeros reporteros, miembros de organizaciones no gubernamentales, lectores e investigadores. Además, igual o parecido, se multiplica.
Muchos de estos mexicanos llegan así al suelo que les causaba inmensa nostalgia hasta invadir su pensamiento cuando estaban al otro lado. Al escuchar atrás el ruido hueco de la puerta giratoria es como si estuvieran otra vez frente a lo desconocido. Solos. Aunque muchos ya saben de su existencia por lo tantas veces dicho se van derechito a las casas de migrantes sostenidas por misioneros europeos, la Iglesia Católica y los organismos no gubernamentales. Allí tienen cobijo y ropa por tres días. Les consiguen empleo. Reciben atención médica si la necesitan. A veces boleto gratis en autobús hasta su pueblo o Ciudad. O pueden llamar a sus familiares. Otros deciden solicitar trabajo en las maquiladoras donde inmediatamente les entrenan y luego a pegarle duro en jornadas de ocho horas. Unos deciden vender periódico para tener dinero inmediato y poder comer. Otros limpian vidrios a los autos cuando hacen alto en los cruceros. Aquellos, hacen de tripas corazón y piden limosna en la calle o las casas para regresar. Sobran los desesperados: Roban en la calle o residencias. Con el tiempo llegan a ser asalta-bancos pero normalmente los capturan y pasan años encarcelados. Otros pordiosean un trago en las cantinas y se convierten en carne de barandilla.
En este escenario aparecen los coyotes, enganchadores o polleros. Saben a quién ofrecer sus servicios. Los pasarán ilegalmente y cuando lleguen a donde quieren, allá estará esperando otro camarada. Le entregarán el dinero al contado o en abonos. Si pagan bien pasarán hasta por la garita. Los esperará un auto en territorio estadounidense y si quieren, los despacharán en jet comercial. Pero si no tienen billetes ni nadie quien pague por ellos al otro lado, entonces pueden mantenerlos en la frontera mexicana hasta cuando les llegue dinero de su tierra. He recibido informes que en el chihuahuense Janos las autoridades reciben a los extranjeros, indocumentados, como si fueran turistas de primera clase. Hasta los hospedan en buenos lugares. Me escribe una lectora amable lo que todo mundo sabe: “Los camiones vienen repletos de hondureños y colombianos. Pagan mucho dinero, 15 mil dólares cada uno”. Pero en cualquier lugar de la frontera, si no tienen mucho para pagar, los pasan por llanuras, montañas, el Río Bravo, desiertos o canales. A veces el frío o la nieve los atrapa, entume y mata. En tiempos de verano terminan fatalmente deshidratados. El que no sabe nadar se mete al agua como si echara un volado. O llega a la otra orilla echándose uno que otro buche o de plano se ahoga. A estos albures de vida y muerte hay un agregado: Ladrones mexicanos les esperan nada más cruzando la imaginaria línea divisoria. Les quitan hasta la ropa. Violan a las mujeres. Hace meses cerca de la frontera tijuanense en territorio estadounidense, unos chamacos gringos se divertían disparándoles a los indocumentados con rifles de municiones. Los sorprendían hasta cuando iban al excusado. Afortunadamente fueron detenidos y procesados.
Normalmente el origen y destino de estos mexicanas y mexicanos con sus chiquillos, no los lleva a lograr una buena posición. Si bien ganan más dinero que en su tierra, en Estados Unidos no es suficiente para el tren de vida. Existe además una situación de costumbre mezclada con la condición de ilegal. Un 44 por ciento de los hispanos radicados al otro lado no tiene seguro médico. Tomé esta cifra de una importante organización: El Colegio de Doctores de Estados Unidos y la Sociedad de Medicina Interna. Sus cifras son dramáticas. 37 por ciento de la población hispana menor de 65 años no tiene seguro, frente a un 24 por ciento de negros y 14 por ciento de blancos no hispanos. Hay un dato más revelador: Ocho de cada 10 mexicanos cuentan con trabajo constante, pero sus patrones no les otorgan el beneficio del seguro. Hay un 17 por ciento de mexicanos adultos con problemas de salud. No han visitado un doctor por lo menos en los últimos doce meses. Y 40 por ciento de los méxico-americanos no han tenido servicio médico a pesar de sentirse enfermos. Muchos, infectados de SIDA.
Estos paisanos no viajarán en auto y a México durante esta temporada navideña y findeañera. Unos seguirán escondiéndose y toreando a Migración. Otros se atreverán a venir pero a la sorda. Dejarán el terreno preparado para regresar. No harán berrinche con los oficiales de la aduana para realizar trámites de internación. No pasarán por la garita aunque la policía sí sabe en donde para pescarlos y arrebatarles el dinero. No los recibirá el Presidente Fox en la frontera. No les preguntará cuánto ganan y que comisión pagan por el envío de dólares a México. No preguntará cómo son tratados. Un respetado periodista de la Ciudad de México me dijo: “Desengáñate. A Fox le interesan únicamente los paisanos que traen dinero. Los que traen problemas, que se los lleve el diablo”. Por mi parte le concedo al guanajuatense el beneficio de la duda.
Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas.