Después del triunfo del ultraderechista Jair Bolsonaro en Brasil, la sociedad espera cambios en su discurso y en su actitud, especialmente respecto de los derechos humanos, que deje los ataques violentos, las amenazas hacia quienes apoyaron a su rival político. Pero el formado como Capitán del Ejército no cede. No se notan, entretanto, señales de cambio en su discurso violento hasta ahora. Ya como Presidente electo, ha declarado que los ciudadanos de Brasil deben tener armas de fuego para su protección
María Carolina Trevisan
Especial para ZETA
Las elecciones presidenciales en Brasil eligieron al Capitán reformado del Ejército, Jair Bolsonaro (PSL), con 57.8 millones de votos. Lo correspondiente al 55.1 por ciento del total de sufragios en la elección. Su opositor, Fernando Haddad (PT), apoyado por el ex Presidente Luiz Inácio Lula da Silva, ha tenido 47 millones de votos (44.87% de los sufragios válidos).
Bolsonaro, de extrema derecha, ha sido diputado federal por 28 años. En ese tiempo, defendió que la población tenga acceso a armas de fuego, saludó a torturadores, negó la dictadura brasileña (1964-1985), deseó violencia sexual a otra diputada, dijo que prefiere tener un hijo muerto que un hijo gay, que los presos no tienen derecho a salir de la cárcel y merecen las condiciones deshumanas a que están sujetos en los presidios.
Días antes de ser víctima de una puñalada que casi le cuesta la vida, dijo a centenas de personas: “Vamos a fusilar la ‘petralhada’ (los electores del Partido de los Trabajadores)”. Pasó tres semanas en recuperación en hospitales. En ese momento casi se vio a un hombre más humanizado, preocupado con las consecuencias de predicar la violencia. Pero esa imagen duró poquito. Luego de sentirse mejor, el Capitán reformado retomó el tono bélico de sus declaraciones.
Entre el primer y el segundo turno electoral, hubo un aumento de la violencia política. En Salvador de Bahía, un elector de Bolsonaro ha matado con doce puñaladas a un importante maestro de capoeira, Moa do Katendê, solamente porque él se declaró petista. Un aumento de las agresiones contra mujeres y personas LGBT también ha sido evidente en los días de la campaña electoral, con muchas denuncias.
En la última semana antes del segundo turno de las elecciones, Bolsonaro anunció para miles de seguidores a través de un telón ubicado en Avenida Paulista que, de ser electo, “O van para fuera o van a la cárcel. Esos marginales rojos serán exterminados de nuestra patria”, en referencia a los electores de Haddad.
El candidato de extrema derecha también ataca a la prensa. Dice que uno de los periódicos más importantes de Brasil, la Folha de S.Paulo, miente en dos importantes denuncias de corrupción hacia el ahora Presidente electo. Una de ellas afirma que él mantenía una funcionaria fantasma; y la otra, aún más grave, denuncia cómo empresarios invirtieron millones de reales en empresas multiplicadoras de noticias (la mayoría falsas) por WhatsApp. La Justicia Electoral de Brasil investiga si tal envío masivo de informaciones pudo influenciar en el resultado de las urnas.
La libertad de prensa es uno de los pilares que sostienen la democracia.
PRESIDENTE BOLSONARO
Ahora habla como Presidente electo. Debe tener aún más cuidado con lo que dice. Sus declaraciones tienen mucha más relevancia y son comprendidas como legitimaciones.
En declaraciones que hizo a las televisiones (tiene la TV Record, del Obispo Edir Macedo, barón de las iglesias universales de Brasil, como su preferida), dijo que los ciudadanos deben tener acceso a armas de fuego para autodefensa, que una de las primeras medidas, aún en 2018, será votar la flexibilización del Estatuto del Desarme (que ha probado la bajada de los índices de violencia letal en Brasil, evitando la muerte de 160 mil personas entre 2004 y 2012).
En los primeros días después de su victoria, lo que vimos fueron manifestaciones racistas y estudiantes armados sacándose fotos en las universidades públicas. Como Presidente electo, es necesario que Bolsonaro modere lo que dice. Y también que repudie con vehemencia ese tipo de actitudes.
Es importante que considere a los 209 millones de brasileiros. Por otro lado, sus declaraciones hicieron que personas que antes no estaban juntas por diferencias políticas, se unieran en favor de la preservación de los derechos humanos, de los indígenas, del pueblo negro, de los pobres.
Una semana antes de la votación final, lo que se vio en las calles fue una bonita y pacífica movilización de personas por la defensa de los derechos humanos. Eso no debe ser despreciable para un Presidente. No se notan, entretanto, señales de cambio en su discurso violento hasta ahora.
Jair Bolsonaro es responsable por lo que pregona. Nuestro país es uno de los más violentos del mundo, con más de 60 mil homicidios al año. ¿Cuántas muertes más serán necesarias para que el Presidente electo de Brasil se dé cuenta de los enormes retrocesos de humanidad en que coloca el país cuando hace declaraciones livianas y violentas? ¿Cuánto tiempo llevaremos para sacar el odio contenido en la polarización política (de los dos lados) si nuestro propio Presidente de la República lo propaga? Por supuesto que son las vidas más vulnerables las primeras que serán exterminadas de la sociedad. ¿Será ese su legado? La historia dirá.
Ha llegado el momento de transponer el odio y la rabia por los que van a sufrir en la piel la violencia. Ahora necesitamos abrir una escucha responsable, que empiece a poner una mirada empática hacia los problemas. Es la hora de cuidar a todos. Eso es lo que se espera de un estadista.
La autora, María Carolina Trevisan, es periodista en Brasil, tiene una columna acerca de los derechos humanos y la política en UOL; es además, Periodista Amiga de la Niñez por la ANDU/UNICEF.
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