El partido de la Revolución Mexicana PRM, nombró a Miguel Alemán su candidato a la presidencia de la República para el periodo 1946-1952 a iniciativa de la filial veracruzana de la CTM. En enero de 1946, se convirtió en el primer candidato presidencial del Partido Revolucionario Institucional PRI, partido en el que se transformó el anterior PRM. Contó con el apoyo del Partido Comunista, porque lo identificó como la cabeza del grupo más progresista de la burguesía nacional, y hasta de intelectuales como José Revueltas, Andrés Henestrosa y Carlos Pellicer. Al rendir protesta como candidato presidencial, Alemán expresó: “El Partido Revolucionario Institucional no debe ser una más de imposición, sino un órgano de procedimientos de tal naturaleza, que realice una auténtica función cívica y con procedimientos democráticos: así, la Revolución continuará cumpliendo su deber para con el pueblo de México.
Nuestro empeño mayor será pugnar en los comicios por un triunfo democrático, sin coacciones, sin engaños ni violencias, respetando el veredicto del pueblo aunque éste nos sea adverso”. Delineó su programa de gobierno: aumentar la producción agrícola, sobre todo de exportación, para afianzar la economía del país, y al mismo tiempo llevar a cabo la industrialización -con base al petróleo- para elevar así el nivel social, cultural y económico del pueblo; moralización y responsabilidad en el gobierno. Continuó: “El buen éxito de un partido dependerá de la acción que desarrollen sus miembros… trabajando sólo para el progreso de la patria y satisfacción de las necesidades del pueblo y no para enriquecimiento de funcionarios y para la formación de oligarquías… el ejemplo lo darán los propios funcionarios”.
El secretario de relaciones públicas de Ávila Camacho, Ezequiel Padilla Peñaloza, renunció a su cargo y también al PRM, para aceptar la candidatura presidencial del Partido Revolución Política el 3 de agosto de 1945. Por su trayectoria como senador y secretario de educación pública, era mejor conocido que Alemán y al que se le atribuía una tendencia democrática. Su prestigio empezó a decaer cuando Vicente Lombardo Toledano lo acusó de tener relaciones con empresarios estadounidenses; así como la acusación de un diario público que conforme a su expediente extraído por un empleado del Archivo de Relaciones Exteriores, Padilla había servido a Victoriano Huerta y hasta había pedido la muerte de Madero. Todos estos golpes, además de que el representante soviético Molotov lo responsabilizó de la muerte del embajador soviético en México. Todo lo anterior fue aprovechado eficazmente para etiquetarlo como el “candidato del imperialismo”.
También participaron en la campaña presidencial, el general Agustín Castro por el Partido Nacional Constitucionalista PNC y Enrique Calderón del Partido Nacional Reivindicador Popular Revolucionario PNRPP. Luis Cabrera nominado por el Partido Acción Nacional, PAN, pero renunció y ese partido ya no registró candidato.
Durante la campaña, el principio alemanista de que la política debía quedar supeditada la técnica se expresó en las “mesas redondas” de naturaleza técnica, como un nuevo método de elaborar el programa de gobierno, en las que sólo participaron los sectores directamente relacionados con los diferentes niveles de la producción, con exclusión de representantes políticos y sindicales.
En el tiempo que se realizaron las mesas redondas, se señalaron los lastres para el crecimiento económico y se propusieron los apoyos gubernamentales para que prosperara la iniciativa privada, base de su desarrollo. Lo primero era crecer y producir y después llegaría el momento de distribuir. Desarrollo y equidad eran dos objetivos imposibles de conseguir simultáneamente. El crecimiento dependía de la producción de la industria, cuyo primer objetivo sería la transformación de los productos primarios que venían exportándose por productos manufacturados destinados tanto al mercado interno como a la exportación.
Además, había que fortalecer la industria básica pesada para sustentar la industrialización. Las empresas necesarias para el desarrollo pero no atractivas para la iniciativa privada, serian encomendadas al Estado, el que además protegería la industria nacional de la competencia ruinosa o desleal del extranjero, pero sin establecer monopolios.
Continuará.
Guillermo Zavala
Tijuana, B.C.