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martes, octubre 1, 2024
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Monseñor Arnulfo Romero: un crimen que aún no se castiga

Columna invitada

 

 

 

Manuel Luna

Ese día, 24 de marzo de 1980, cuando asesinaron a Monseñor Arnulfo Romero, yo estaba en clase de literatura con el maestro Lara Valle, en un salón de la Universidad Nacional de El Salvador (UES), entraba de noche y anunciaron abiertamente por los parlantes que el gobierno en turno había asesinado al prelado.

Inmediatamente, sin que el maestro nos dijera que teníamos que abandonar el salón de clase, tomamos nuestros cuadernos de apuntes y salimos caminando en silencia. Al salir, observamos que toda la ciudad universitaria había hecho lo mismo y tomamos cada quien su ruta camino a casa.

En ese momento la noticia nos cimbró a todos, esperábamos que el ejército llegara inmediatamente a tomarse el alma mater al ocurrir ese asesinato. Así vivíamos esos días en ciudad universitaria; los crímenes de los escuadrones de la muerte estaban a la orden del día. A algunos de nuestros maestros ya les habían estampado en las puertas de sus cubículos la frase: “la mano blanca”, símbolo de uno de los grupos paramilitares sanguinarios, que habían perpetrado numerosos asesinatos de muchos salvadoreños.

Un grupo paramilitar ya había asesinado a mansalva a mi condiscípulo de universidad y amigo Francisco Rivera Perdomo, quien fue acribillado en el carro del sindicalista Mario Aguiñada Carranza, frente al antiguo edificio de la Embajada Americana. En el semáforo de ésta, se bajaron de un Jeep dos hombres vestidos de civil y le dispararon a quemarropa.

Falleció mientras era llevado en la ambulancia, destrozado por los disparos de fuerte calibre.

Testigos de los hechos relatan que Francisco alcanzó a salir del automóvil, cayó al suelo y le colocaron en su cuerpo una nota en la que se leía: “Por comunista”.

Después del asesinato del arzobispo, ciudad universitaria quedó desolada, disminuyendo el alumnado. Muchos compañeros se inscribieron en otras universidades; la guerra ya tocaba las puertas de todo el país y muchos abandonaron El Salvador, otros se fueron a la clandestinidad. Los que nos quedamos en ciudad universitaria sabíamos que estábamos dentro  de otro fortín de la lucha revolucionaria. La universidad vivía amenazada por el estado.

Aunque ya se conoce a los autores materiales e intelectuales de asesinato Monseñor Arnulfo Romero, algunos responsables están ocultos, otros ya están muertos. El sicario que ejecutó el disparo desde ese Volkswagen Passat fue asesinado cuando huía días después, tras cobrar el cheque.

Es una vergüenza que las fuerzas armadas salvadoreñas actuales mantengan bloqueada la investigación del caso y que ironía que, a pesar que está en el poder un gobierno de izquierda, no se haya castigado a los culpables, así como muchos crímenes de salvadoreños que fueron víctimas de este genocidio de estado de esos años.

 

Manuel Luna es escritor salvadoreño radicado en Tijuana, B.C.

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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