Desde que Donald Trump era candidato a la Presidencia de los Estados Unidos estábamos conscientes de la seria amenaza que para los migrantes de todo el mundo representaba y en particular para los mexicanos. Su odio ante todo aquel que no sea anglosajón ha repercutido en una política cada día más severa.
El presidente norteamericano por meses fue el enemigo de todos, y seguramente aún lo siga siendo. Este señor no deja de sorprendernos día a día con nuevas acciones que atentan contra los derechos humanos y evidentemente afecta a las familias al hacerlas más vulnerables.
La relación fronteriza entre los Estados Unidos y México es tan dinámica que es muy posible que el señor Trump ni siquiera la conozca. Temas de comercio, educativos, laborales, culturales, medicinales, etcétera, son algo así como “el pan nuestro de cada día”. El mandatario del país del norte se ha empeñado en ver a los migrantes como una escoria, de hecho todo lo malo que suceda desde la óptica de él es producto de las minorías asentadas en ese país.
Si un musulmán, mexicano, centroamericano, africano comete un delito es porque la política migratoria de los Estados Unidos permitió el ingreso a su país aprovechándose –según Trump– de la buena voluntad del gobierno. Su discurso racista ha permeado, ahora es común ver particularmente en redes sociales como personas incluso legalmente establecidas son agredidas ya sea por su tono de voz o color de piel por el norteamericano “tradicional” (racista).
Los casos más extremos lo hemos visto con la gente que ingresó de manera ilegal a los Estados Unidos, hoy en día son deportados ante la menor falta que se cometa como por ejemplo el ser infraccionado por no respetar alguna señal de tránsito. Lo más triste es la separación de madres y padres de sus hijos con las consecuencias que este conlleva.
Lo anterior ha sido condenado por todo el mundo al convertirse en una práctica detestable, lamentablemente y cuidando las comparaciones eso que tanto criticamos acaba de suceder en nuestra frontera sur. Cientos de hondureños tuvieron que dar el coloquial “portazo” para ingresar por la fuerza a nuestro territorio.
Imágenes muy fuertes que no quisiéramos que se presentaran en ningún lugar del mundo, pues bien, ahora tocó el turno de México. Nuestra política migratoria no necesariamente se vio mejor que la estadounidense al tratar de impedir y golpear a personas que corrían en búsqueda de mejores oportunidades. La respuesta de nuestro gobierno no pudo ser tan pobre, prácticamente condenando los hechos y señalando que se utilizará el estado ante cualquier ingreso ilegal al país.
Aun así, lo que considero más lamentable es la respuesta de muchos mexicanos ante estos hechos, miles de comentarios en redes sociales criticando lo medida extrema de los hondureños. Es exactamente lo mismo que hacen nuestros paisanos cuando intentar cruzar hacia Estados Unidos ya sea por un desierto o un río. Me preocuparon actitudes racistas, parece que a muchos les brotó ese Trump que parece llevan dentro, me resisto a creerlo.
No podemos pedir respeto de nuestro país vecino del norte si no empezamos por respetar a nuestros hermanos del sur. Las barreras y los cercos, está comprobado que por más altos que lo pongan no detendrán la desesperación humana por intentar vivir mejor.
Nuestro gobierno debe trabajar en un plan que permita ingresar a nuestro país de manera ordenada a todo aquel que así lo decida. No podemos ser incongruentes y sólo solicitarlo cuando nuestros intereses se vean afectados. Debemos aplicarnos o la realidad nos volverá a superar, aún estamos a tiempo. Hagámoslo ya.
Alejandro Caso Niebla es consultor en políticas públicas, comunicación y campañas; se ha desempeñado como vocero en la Secretaría de Hacienda y Secretaría de Desarrollo Social en el Gobierno Federal, así como Director de medios en la Presidencia de la República. También fungió como Director de Comunicación Social en el Gobierno del Estado de Baja California. @CasoAlejandro