Las fronteras que impiden el libre tránsito de seres humanos son antinaturales, impuestas por ímpetus nacionalistas que pretenden impedir el intercambio cultural entre los seres humanos. En el peor de los casos, imponerlas, lleva implícita una narrativa de miedo y xenofobia, concepto profundamente contra civilizatorio.
El argumento que se pretende esgrimir como coartada que oculte el repudio racista, es el perjuicio económico que la “invasión” supuestamente genera a los países receptores. El problema es que la migración laboral la regula el mercado de trabajo, tal como en la prehistoria era dictada por el cambio climático o la migración de las presas de caza. Para darle coherencia a su hipótesis, liberaron las fronteras para las empresas e inhumanamente las restringieron para los trabajadores, el resultado fue que precarizaron el salario en todo el mundo, pues pusieron a competir al obrero mal pagado de México o China, con el obrero bien pagado de Estados Unidos o Europa y, como aun así, el nuevo obrero mal pagado de Estados Unidos ganaba más que el obrero peor pagado de los países subdesarrollados, la migración se exacerbó.
Tal estupidez generó un holocausto de emigrantes en los mares que separan a Europa de África y en los desiertos que dividen a Latinoamérica de los Estados Unidos. El mundo “civilizado” debería avergonzarse de tal despropósito, justamente, porque ese mundo es en donde se desarrolló la idea civilizatoria del respeto irrestricto a los derechos humanos, de que éstos son inalienables e inherentes a nuestra condición de humanos. Fue la cultura occidental la que dijo, nunca más, cuando creó el estado israelí como cobijo y patria a las víctimas de la xenofobia nazi.
Las reacciones trumpianas de algunos paisanos ante la ola migratoria de centroamericanos, que exigen rabiosos se detenga y se aplique el estado de derecho, que se escandalizan ante la declaración del Presidente electo de que en cuanto asuma el poder va a ofrecerles visa para que trabajen en México, resultan un mal chiste cuando las expresan individuos que suelen quejarse del maltrato que la Border Patrol impone a los mexicanos que migran al país de las barras y las estrellas. Esto demuestra cuánta hipocresía campea por nuestra sociedad.
El gobierno del presidente Peña Nieto, por su lado, ante lo imponderable, hace el ridículo exigiendo visas y montando operativos policíacos para amedrentar a hermanos famélicos que lo único que buscan es trabajo y mejores condiciones de vida.
Dejemos que el mercado imponga su ley, cuidemos que el salario sea mejor, liberemos las fronteras para las empresas y para los seres humanos; es irracional no hacerlo. Si no logran cruzar a Estados Unidos, y aquí no encuentran trabajo se van a regresar a su tierra, no se preocupen, nadie emigra sin dinero y dispuesto a caminar miles de kilómetros y a sufrir asechanzas en un país extraño por diversión o aventura, nadie arriesga así la vida si no es por desespero y valentía.
Los emigrantes deberían merecer todo nuestro respeto. Son los mejores hombres y mujeres de su tierra, son los que prefieren jugarse la vida antes que conformarse con una vida miserable, son los inconformes buenos que prefieren cruzar el desierto descalzos antes que empuñar un rifle para matar o robar a otros seres humanos.
Jesús Alejandro Ruiz Uribe es Doctor en Derecho Constitucional, ex diputado local, rector del Centro Universitario de Tijuana en el estado de Sonora y coordinador estatal de Ciudadanos Construyendo el Cambio, A.C. Correo: chuchoruizuribe@gmail.com