A lo largo de ocho décadas, esta historia se ha contado cuatro veces en la gran pantalla. De Judy Garland a Barbra Streisand, el éxito ha sido innegable. Ahora, el turno es para Lady Gaga y Bradley Cooper, quien, además, aquí debuta como director. El resultado es extraordinario.
Esta vez se recrea la difícil relación entre Jackson Maine, un cantante que con guitarra y mano y lleno de sentimiento, se ha hecho de un nombre entre un cuantioso público, y Ally, una joven cantautora, dueña de una poderosa voz y de un físico que la mantiene fuera de los escenarios y dentro de bares marginales.
El encuentro pareciera tener un éxito instantáneo, hasta que nos encontramos con los verdaderos personajes: Jackson es un alcohólico que sólo sabe vivir en el escenario aun cuando sabe que su carrera va en declive; Ally está lista para cambiar su imagen y dejarse envolver por la fama, tras la oportunidad que él le ha dado. La tormenta perfecta se avecina.
No es necesario adentrarse más en el romance de trágico desenlace porque muchos ya se lo saben. Aquí lo interesante es ver la transformación de Ally en lo que sólo podría convertirse: una diva del pop, rayando en los peligros de la fama, al borde de un mundo decadente del que su mecenas, maestro y amante no logró salvarse.
Como actriz, Gaga brilla. Al principio, sin maquillaje perceptible, se muestra a sí misma a través de Ally, una chica ya conocedora de la brutalidad del medio artístico que se deja llevar por una víctima de ese mismo entorno y termina con otro nombre, una biografía distinta, fabricada como una estrella del pop no tan convencional.
Cooper, en cambio, es el rockero moribundo, el que se quedó atrás, al que la protagonista no podrá salvar. Pero mientras todo sucede, tenemos un buen romance, dirigido con sabiduría, y mejor actuado sin perder de vista al público actual. Bien hecho. *** y media.
Punto final.- ¿Y qué hay del Género H en octubre?