Con gran ilusión, se marcharon a Rusia los equipos; patearon el balón hacia la meta, deseando esquivar al contrario y hacerlo llegar hasta el fondo. Es mágico el fútbol para el que observa el partido. Se le oprime cada parte del cuerpo, mientras la pelota se desliza de un lado hacia el otro. El portero se planta en el arco con una sola idea en la mente: evitar que el esférico lo derrote. Cuando el jugador recupera el balón, se lo pasa a otro de su equipo o lo lanza a la portería contraria. El corazón casi se le sale del pecho cuando logra su empeño. No siempre se gana, pero en la cancha se deja hasta el alma.
Lourdes P. Cabral
San Diego, California