Este poema dedico
a la mujer que hoy es madre,
-porque no es tarea fácil-
y por serlo da la vida.
Una madre cariñosa
hasta se queda con hambre,
para que coman sus hijos
a los que ama con el alma.
Mientras está embarazada
sufre náuseas y fatigas,
pero gustosa las sufre
por la ilusión tan divina.
Tener un bebé en los brazos
sueña de noche y de día,
y poder besar su frente
mientras toca sus mejillas.
Algunas adoptan niños
y con el alma los aman,
porque al verlos tan pequeños
se acuerdan de Dios del Cielo.
Madres lo son de verdad
aunque no les den la vida,
pues se dedican enteras
a lograr que vivan bien.
Hay padres que quedan solos
y se convierten en madres,
porque aman a sus hijos
y les brindan su ternura.
Son las madres y los padres
el mundo de los pequeños,
cuando éstos son amorosos,
y muy sabios les dan guía.
Y al paso de muchos años
crecen y se van los hijos,
dejando sola a esa vieja
que les dio vida y consejo.
Ya no corren a sus brazos
como cuando eran pequeños,
van por senderos distintos
mientras su madre suspira.
Le ven miles de defectos
y deja de ser su reina,
se quieren comer al mundo
y se alejan presurosos.
Un día llega noticia
que su corazón conmueve,
una lágrima les brota
y tristes miran al cielo.
Su madre cerró los ojos
mirando por el camino,
con la esperanza profunda
que regresaron sus hijos.
Hoy por eso les dedico
estos versos tan humildes,
para ensalzar a las madres
que tanto aman a sus hijos.
Lourdes P. Cabral
(De su libro “Amor al Amanecer”)
San Diego, California. EE.UU.