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domingo, octubre 6, 2024
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Loveless (Desamor)

Una de las mejores películas de 2017, sin duda alguna, es esta, de  Andrey Zvyaginstsey, en su momento ganadora del Premio del Jurado en el Festival de Cannes y recién nominada al Óscar en el rubro de Lengua Extranjera.

La cinta es simplemente inolvidable por la profundidad con que aborda la descomposición social en un país como Rusia hoy en día pero, a la vez, el tratamiento de la historia de Alyosha y sus padres disfuncionales, tiene carácter universal.

Este niño tiene 12 años y el papel es interpretado por Matvet Novikov. Alyosha tiene unas cuantas escenas en esta poderosa cinta, pero con esas bastan para sentir una desgarradora empatía con este chico, hijo único y no deseado de Boris (Aleksey Rozin) y Zhenya (Maryana Spivak).

Esta pareja ha dejado de coexistir como tal -si es que alguna vez lo hizo-. Cada uno con su nuevo cada cual, están al borde del divorcio y nadie quiere hacerse cargo del preadolescente que se presenta siempre no solo distanciado de ellos, sino del mundo.

Las primeras escenas, de paisajes invernales, moribundos entre la nieve, ayudan a crear un ambiente de desolación. Luego vemos al muchacho salir de la escuela y caminar solo a su casa, tomando los cañones y las arboledas secas, en vez del camino habitual donde todos los demás van.

De ahí se instala en un condominio y desde la recámara observa a los niños jugar en la nieve. En eso llega su madre, a quien al parecer detesta y con su violencia habitual empieza a mostrarle el lugar a unos posibles compradores.

Después llega Boris y comienzan los gritos y el deslinde de responsabilidades. Zhenya advierte que nunca ha querido al niño y Boris explica que planea enviarlo lejos, a un internado, tipo orfanato. En ambos es evidente el sentimiento de culpa, pero puede más su interés por rehacer sus vidas con romances nuevos que ya van muy avanzados. Alyosha lo escucha todo detrás da la puerta y su llanto silencioso es una de las escenas más conmovedoras del largometraje.

Al día siguiente cada quien toma su rumbo. Boris va al trabajo, preocupado por el conservadurismo ortodoxo del director de la empresa que podría despedirlo si sabe que está a punto de separarse de su mujer, y Zhenya hace un poco de todo: en el salón de belleza se depila, se arregla el peinado y de ahí va a cenar con su amante, un hombre con una hija adulta y una vida económicamente resuelta. El incentivo es evidente.

Cuando la siempre iracunda Zhenya vuelve a la casa de la discordia, a la mañana siguiente, recibe una llamada del colegio que le informa que su hijo lleva dos días sin asistir a clases. Y aquí empieza la tragedia.

La Policía, incompetente y producto de un sistema legal resquebrajado, le deja en claro a los padres que nada harán por encontrar al menor. De hecho son ellos quienes recomiendan pedir el apoyo de un grupo de socorristas voluntarios que rastrean a los desparecidos. En Rusia nadie busca a los niños porque su abandono ya es muy cotidiano.

La travesía es desesperante, pasando de la ira de una madre desenamorada, a la paranoia de la abuela que vive en una remota casa de campo y solo afirma que si a Alyosha se le ocurre pararse por ahí, lo correrá porque ella no está dispuesta  a hacerse cargo de él.

Por su parte, Boris es un hombre nulo que también carga un peso en su conciencia: su novia está embarazada y, por consiguiente, tiene una lucha interna entre el pasado que se niega a serlo y un futuro nada prometedor.

Se intuye que el paradero de Alyosha no puede ser bueno, pero ese no es el meollo del asunto, pues estamos ante dos adultos que no carecen de dinero, sino de sentimientos, en un país que así le abrió la puerta al capitalismo, donde la gente se mata por el “selfie” perfecto, los hombres se atormentan por la fragilidad del empleo y las mujeres pretenden lucir como muñecas para buscar al mejor postor.

Claro que el director lo expone todo con sutilezas, valiéndose de una mirada a lo sumo inteligente con la que retrata una tragedia íntima, verosímil y finalmente tan contemporánea, donde lo más vulnerable son los niños, es decir, el futuro. ****

Punto final.- Dicen que uno de los principales obstáculos que Andrey Zvyaginstsey tuvo para filmar “Loveless” en Moscú, fue el gobierno de Vladimir Putin. Lógico entender por qué…

Autor(a)

Gabriela Olivares
Gabriela Olivares
gabriela@zeta.com
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