De los mortales, yo soy el más impuro,
ya que las leyes de Dios las he infringido,
he sido infiel, ladrón, les he mentido,
y esas leyes divinas las abjuro.
Mas siempre he sido lo prohibido más deseado
y la consorte del vecino no se diga,
y no hay por esta verdad quien te maldiga
o en el infierno te consumas chamuscado.
Aunque he jurado de Dios, su nombre en vano,
su recompensa es que a mí no me castiga,
a pesar de que me tenga por el hombre más profano.
Les mando el saco pensando, sea de su medida
de todo aquel que se diga ser cristiano,
mas, ¡oh mundanos!, no hay quien os los persiga.
Alberto Torres Barragán
Tijuana, B.C.