Es una fantasía finamente labrada, un cuento de monstruos con final feliz y sutil moraleja que evoca a “La bella y la bestia”, y aunque el contexto es la Guerra Fría, mucho tiene que ver con el mundo de hoy.
Aquí Guillermo del Toro ha demostrado ser un director atento a su presente, capaz de imaginar el futuro a partir del pasado. Por eso pudo armar esta película que narra la imposible relación entre un mítico ser que fue arrebatado desde las profundidades del mar y una joven muda encargada de la limpieza en una base militar de Estados Unidos, donde se realizan experimentos secretos.
En ese entonces, las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, para el ojo paranoico de Estados Unidos la gran amenaza son los rusos, y en el afán de dominio el gobierno es capaz de sacrificar la vida en cualquiera de sus expresiones.
Elisa (Sally Hawkins) vive justo en este momento. Después de haber perdido el habla a consecuencia de una lesión en el cuello, esta mujer reside en un sencillo departamento y subsiste a partir de su rutina: despierta con el alarma de su reloj, se prepara tres huevos cocidos mientras se baña y se arregla para subirse al autobús que la llevará al trabajo.
En sus ratos libres va con su vecino Giles (Richard Jenkins) a ver musicales en la tele y quizás soñar con un romance para escapar del tedio cotidiano.
Hasta que un día el agente Richard Strickland (Michael Shannon) llega con un proyecto clasificado que Elisa no tarda en descubrir: un humanoide anfibio que en el lugar donde fue encontrado, era considerado una deidad.
Los dos personajes tienen tres cosas en común; no tienen voz, son marginales y están solos. Lógicamente después de un brusco encuentro la curiosidad y la necesidad de entendimiento mutuo los acerca justo cuando el gobierno tiene otros planes.
Y ahí está la manera tan peculiar que tiene Del Toro para exponer al funcionario despótico y cruel que solo sabe cumplir metas, al científico Robert Hoffstetler (Michael Stuhlbarg) atrapado en una guerra cuyos alcances desconoce, al artista que sale de su monotonía por una causa que vale la pena defender y a la amiga Zelda (Olivia Spencer), una mujer común con un valor extraordinario.
Así es como se construyen las múltiples capaz de una película visualmente muy estilizada aunque no siempre grata, cuyo cimiento es un amor improbable en tiempos imposibles, definidos por la intolerancia que a veces también se siente, dado a que los protagonistas de esta historia rayan en lo mítico y no son muy estéticos que digamos. Ese es el chiste, observar cómo la monstruosidad no es tan obvia.
Sin embargo este tremendo híbrido también tiene algo del Género H que le da un matiz típico de una B movie, tal vez muy excedida e innecesaria, aunque entendible desde el punto de vista del director que nunca deja de referir la verdad de esta laberíntica pieza de ficción. *** y media.
Punto final.- Mucho cuidado con “The Post”.