“No hay nada más constante, que la inconstancia del corazón humano”.
Santo Tomás de Aquino
El empresario y filósofo mexicano, Dr. Carlos Llano Cifuentes, hacía ver que el hombre moderno estaba volviendo a Dios, aunque de una manera disimulada: a través de la defensa de los derechos humanos, la ecología, libertad de expresión y pensamiento, y de múltiples formas como el arte y la cultura.
Hoy vivimos con una mente “fragmentada” y paradójica. Mientras la Organización de las Naciones Unidas e infinidad de asociaciones y organismos promueven la vida y conservación, por ejemplo, de especies animales en extinción; a su vez, promueven abiertamente el crimen del aborto y la eutanasia.
Mientras algunos creen obsoletos los pecados capitales, que describe ya el Corán para los musulmanes, el Talmud o la Toráh para los hebreos, o el Nuevo Testamento para los cristianos. A diario somos testigos mediáticos de esos pecados mortales que reclaman un cambio en la vida de todos. No matar, no robar, no desear los bienes del prójimo, no codiciar la mujer ajena, no fornicar, santificar la vida religiosa; y más específicamente, superar la pereza, envidia, lujuria, avaricia, gula, ira y orgullo.
Pareciera que la norma de vida, incluso para quienes nos consideramos modestamente creyentes o religiosos, la regla es el poder, el dinero o los bienes materiales. Pasando a segundo plano la vida espiritual, la Fe, el amor, la caridad, la fraternidad, la verdad, la honestidad, el trabajo honrado, la sinceridad, etcétera.
Las relaciones humanas basadas en la supremacía del poder o las ventajas económicas, han convertido la vida en un infierno permanente.
Mientras los obreros mexicanos reciben salarios mínimos de 700 pesos semanales, tenemos magistrados, legisladores y políticos que reciben salarios de 100 mil, 180 mil y hasta 500 mil pesos mensuales.
Es cierto que el hombre vuelve a Dios a través de otros caminos. Pero, mientras lamenta la matanza de focas o delfines en el océano, es indiferente a los miles de niños que diariamente son abortados, gracias a las facilidades clínicas y legales del gobierno “socialista y moderno” del Distrito Federal. Una monstruosidad como el sancionar con miles de pesos la caza de un venado cimarrón o berrendo, mientras en las clínicas abortistas del CDMX, son triturados fetos extraídos del vientre materno. Como le reclamaba la Madre Teresa al ex Presidente Bill Clinton: “Si no quieren a los niños, no los maten, dénoslos y nosotros los criamos”.
Qué hubiera sido del genio de las computadoras, fundador de Apple, Steve Jobs, si no hubiese encontrado unos “padres” que le dieron amor y educación; o del futbolista portugués, Cristiano Ronaldo, si unas religiosas no le hubieran educado y ayudado caritativamente en el orfanatorio cuando fue abandonado por sus padres.
Sabemos por la cinta “La lista de Schindler”, cómo este empresario alemán salvó la vida a más de mil judíos; o la enfermera católica polaca Irena Sendler, salvó la vida a 2 mil niños del holocausto (película The Courage of Heart) nazi. La llamada “Madre de los Niños
del holocausto”.
A veces los periodistas y comunicadores nos informan de tanta maldad y sensacionalismo real, que es mejor como decía el austriaco pensador Karl Popper, mejor no ver la televisión. Pero la realidad sigue ahí, y no por ocultarla no es verdad. Pero también es cierto que el mal se está globalizando a tal medida que pareciera que no existe nada bueno en el mundo.
Alguien reclamaba en Facebook que por qué Televisa no transmitió los juegos paralímpicos de Inglaterra, y sí pide dinero para el Teletón. Tanta amargura hay en nuestros corazones que todo lo amargamos. Yo diría pues que justamente se realicen simultáneamente los Juegos Olímpicos y los Paralímpicos. Tan importantes unos y otros para la fraternidad internacional.
Ni han cambiado el significado y realidad de los pecados capitales, ni han cambiado las virtudes. Ante la pereza, la laboriosidad; ante la envidia, la generosidad; frente a la lujuria, el dominio de sí mismo o castidad; contra la avaricia, la generosidad y solidaridad. Ante la gula, la templanza; contra la ira o neurosis de la agresión, la paz; y como decía san Juan María Vianney, si la madre de todos los vicios es la soberbia y orgullo, la humildad es la madre de todas las virtudes.
Qué suave que las virtudes pudiesen adquirirse en las farmacias a manera de vacunas; pero no es así, las virtudes son realidades espirituales que hay que pedirlas a Dios. Y más aún vivirlas o llevarlas a la praxis. La humanidad hoy, está decepcionada de la izquierda y la derecha, o de lo liberal y lo conservador. No sé por qué, pero el gran san Agustín, afirmaba que las virtudes sin Dios, son huecas o vanas. La llamada “filantropía” (amor al hombre) parece una quimera. Quizá por eso el filósofo André Malraux consideraba que “El siglo XXI, o será religioso, o no será más”.
Germán Orozco Mora reside en Mexicali. Correo: saeta87@gmail.com