Nos vemos allá a las 4,5, 6,7, 8 horas. Se juntan los reunidos, se saludan y hasta allí. Todos empiezan con su celular, de esos “inteligentes”, a mover el índice en la pantalla y a ver qué hay de nuevo. En la reunión de amigos, familiares o de negocios, ronda y se oye el zumbido de una mosca, puro silencio sepulcral. Así son hoy “las reuniones” de amigos que antes eran para platicar, carcajear, verse las caras, contarse anécdotas, etc. Hoy ya no se pone de manifiesto lo que antes fue. Hay huecos en tales reuniones y a veces, ni comen o meriendan por estar clavados, enviciados, poseídos, idos, con tales aparatos en los que pierden horas y horas de su tiempo. Vas en el camión y la mayoría clavados en su IPhone. En espera de un trámite, siguen todos los que puedan a todo vapor, mensajeando con las dos manos. Hasta en la iglesia se atreven y se aferran a usar tal aparato moderno. ¿Para qué reunirse si todos van con la misma maña? Ego de mayor sabiduría, moderno, donde tienen que cursar un taller de computación para saber todo y darle uso a tal aparato de dos filos. Tristemente, la verdad, las reuniones que eran antes de felicidad, algarabía, plática, risas, sorpresas, voces, interrogaciones, calor humano y encuentros de amigos y consanguíneos, hoy es puro silencio, miradas sin ton ni son; incógnitas e interrogación y domina el silencio sepulcral, como si fuera velorio. Un bien que acaba y acabó con los valores de encuentros casuales y todo se volvió mudo, sin lengua y sin voz, ni un pío. Así pues, la mera verdad, en reuniones de vida, hoy son reuniones de velorio y silencio total. ¿Podremos revertir lo que antes fue y que ya no es? Así para qué reunirse, a poco no lectores de ZETA.
Leopoldo Durán Ramírez
Tijuana, B. C.