De Tijuana me fui a Mexicali en 1964. Contratado por el inolvidable maestro don Cristóbal Garcilazo. Nos conocimos trabajando en El Mexicano. Suplió a Fidel Sánchez Moreno como Director Local de Mexicali allá por 1960. Entonces iba seguido a esa ciudad. Reporteaba. A veces acompañaba al Director General don Mario Novoa cuando revisaba cuestiones administrativas. Garcilazo y Novoa eran unos genios periodísticos. Me encantaba platicar con ellos. Mucho aprendí. Don Cristóbal también invitó a Sergio Gómez Silva “El Checo”. Era cronista deportivo con Nicolás Armenta López “Nicarlo” en la Sección Verde de El Mexicano. Llegamos en marzo a Mexicali. Tras bien instalarnos nos reportamos. Todavía no montaban la maquinaria. Fue más complicado. La Voz de la Frontera conserva etiqueta de ser el primer periódico con impresión offset en América Latina. Por eso a la empresa la bautizaron como “Editora América Latina”. Y el nombre, La Voz de la Frontera fue decisión de su primer dueño don Fernando Díaz Todd. Lo rescató de un antiguo periódico editado hace muchos años en Ensenada. Nunca me gustó el titular tan largo. Abarcaba gran espacio de la parte superior. Y no era como para gritarlo los voceadores. Por eso cuando tuve autoridad y oportunidad lo cambié. Resalté “La Voz” y con letras chicas abajo “de la frontera”. El diseño del cabezal lo tomó un dibujante basándose en el del periódico “Ici Paris”.
Total. Pasamos las primeras semanas sin hacer nada. Era un aburrimiento enorme. Ansiábamos salir a las cinco de la tarde. A veces hasta anocheciendo. Era cuestión de escoger: A casa, al cine o de parranda. En ocasiones nos quedábamos en la puerta del periódico. Se veía hermoso el atardecer. El polvo de las calles no pavimentadas y de los campos agrícolas, le daba un tono singular al sol. El frente del edificio estaba en la Avenida Colón o Internacional. Calle de por medio, el alambrado de la Línea Internacional. Del otro lado norteamericano no había casas. En aquellos tiempos solo campos de cultivo.
Entonces nos llamaba la atención ver los “jeeps” de Migración norteamericana. Pasaban cada 15 minutos o media hora. Solamente con el conductor. Arrastraban con cadenas un riel. Iba “peinando” el piso terregoso. Era una forma de saber si alguien se brincaba la alambrada, pues forzosamente dejaría sus huellas sobre la tierra “alisadita”. Por eso el agente de Migración en su “jeep” regresaba al mismo lugar y veía con detalle buscando rastros de pisadas. Muy raro era cuando veíamos al patrullero bajarse del vehículo. Sobre todo ya anocheciendo. Si lo hacía era seña innegable. Descubría las huellas. Sacaba sus prismáticos. Y por radio avisaba a un puesto de vigilancia. Entonces se iniciaba la persecución. Después de meterse el sol esplendorosamente era un espectáculo ver el paso del patrullero por si localizaba rastros. Nos llamaba mucho la atención. No recuerdo si alguien escribió sobre eso. Pero sí que nos causaba gran admiración.
Con el paso de los años ya no se brincaban la alambrada. De plano era cortada en ciertos lugares alejados. Por allí se colaban. Pero no eran tantos. Cuando en los años setentas regresé a Tijuana la cerca estaba llena de hoyos. Y contrario a Mexicali eran muchos quienes pasaban ilegalmente al otro lado. En 1978 ó 79, los norteamericanos decidieron instalar otra barda. Estaba hecha según ellos para nadie poder escalarla. Se cortaría manos y pies quien lo pretendiera. Y decían de su resistencia. Podía soportar hasta el golpe de un vehículo a 80 kilómetros por hora. Por eso se hizo un gran ruidajo publicitario. Pero más tardaron en ponerla, los mexicanos se las idearon para brincarla y tuvieron mucho ingenio para abrir hoyos. Entonces todos esos movimientos eran noticia. También lo fue cuando el gobierno estadounidense decidió levantar la barda metálica que todavía se ve. Hubo muchas protestas. Se habló de odio. Que era un arremedo del muro de Berlín. Pero ni así pudieron impedir el paso de los aspirantes a indocumentados. Y con el tiempo se multiplicaron por miles las patrullas. Atrás quedaron los tiempos cuando solamente una vigilaba la frontera Mexicali-Calexico. Luego vino la construcción de otra barda enseguida de la que marca la línea divisoria. También alumbrados impresionantes. Helicópteros. Todo fue noticia.
Pero los periódicos ya no reseñan cómo a diario se reúnen cientos de mexicanos, sudamericanos, europeos o asiáticos para escabullirse a territorio norteamericano. Dejó de ser noticia para convertirse en una parte más del escenario fronterizo. De cuando en vez reporteros defeños o extranjeros vienen y se admiran. Realizan reportajes que para los tijuanenses ya no son novedad.
Lo mismo está pasando con las ejecuciones. Obras todas del narcotráfico. A mediados de los años noventas causaban asombro. Los periodistas se encargaban de reseñar con el mayor detalle posible. Identificación de la víctima. Hipótesis del victimario o el autor intelectual. Muchas personas conocidas. Sucedió tal cual noticiosamente el brincar la alambrada. Eran pocos. Luego fueron hartos los crímenes. Y de la admiración se pasó a la costumbre hasta el grado de verlo como normal. Prácticamente se ha perdido la capacidad de asombro.
Tan normal esta situación como para no prestarle atención a una cifra increíble: nada más en los últimos 64 días han ejecutado a 70 personas en Tijuana. La reseña periodística sobre tales ajusticiamientos ya no ocupa espacios en primera plana. A menos de ser una persona importante la víctima. Las Procuradurías General de la República y del Estado no resuelven esos crímenes. Primero la hipótesis era que el descuido sucedía por complicidad con los narcotraficantes o miedo a cárteles. Pero ahora se perdió en la comunidad esa capacidad de asombro. Y las ejecuciones para la autoridad simplemente son cada día una más. Ya no tienen chiste. Simplemente se retacan los archiveros de expedientes no resueltos.
El Procurador General de Justicia del Estado, Licenciado Antonio Martínez Luna tuvo doble fortuna: los recientes escándalos del Tribunal Estatal Electoral y el Congreso estatal. Se desviaron un poco los reflectores. Cesaron los reclamos de empresarios y ciudadanos sobre la inseguridad. Pero el cuadro de ejecuciones es verdaderamente increíble. 256 en lo que va del año. ZETA elaboró un recuento de los últimos 64 días: 70 ajusticiamientos.
Tomado de la colección “Dobleplana” de Jesús Blancornelas, publicado por última vez el 8 de octubre de 2004.