Creyendo en la mujer, me enamoré.
Saciado me encontraba de placeres,
cuando caí en la trampa de tantas mujeres
y al conocerte a ti me apacigüe.
Hoy necesito solo de tus labios
y tus caricias que me vuelven loco.
Te fui adorando mucho, poco a poco,
dejando tras de mí tantos resabios.
Por eso cuando siento tu presencia,
que a mis espaldas llegas suavemente,
me quiero comparar con esa gente
que ya no sufre el tedio de la ausencia.
Mujer, cómo te envidio, eres recta,
me derrochas amor sin tregua alguna;
me hacer viajar sin rumbo hacia la luna
con tu forma de ser casi perfecta.
Por eso te bendigo y me consuelo
dando gracias a Dios por lo vivido.
El corazón lo tengo conmovido
porque tu gran amor me guía hasta el cielo.
Deseo que tus palabras me sonrojen
y me sirva de alivio tu ternura.
Mi ayer amargo se colma de dulzura
y que por mí tus ojos se mojen.
José Miguel Ángel Villanueva
Tijuana, B. C.