Al finalizar el año fiscal, 1894-1895, el país recibió la asombrosa noticia de que el gobierno había operado con un superávit de dos millones de pesos. En el periodo de 1895-1896, el superávit fue mayor, cinco millones. También en los años posteriores, el régimen porfirista tuvo superávit.
El autor de semejante hazaña había sido el ministro de Hacienda, José Ives Limantour, para conseguirlo no necesitó aumentar los impuestos ni reducir los gastos importantes. Bajo su dirección se introdujeron sistemas modernos y racionales que dieron mayor eficacia al aparato burocrático. Las alcabalas cobradas por los gobiernos de los estados fueron suprimidas, lo cual revitalizó al comercio. La industria y la agricultura recibieron fuertes inversiones y la deuda exterior se renegoció de manera que México pagara réditos menores para los adeudos pendientes de liquidar o los nuevos empréstitos que se contrataran. Lo anterior y la existencia de condiciones internacionales bastantes favorables, dieron una sólida base financiera que permitió al país adquirir patente universal de respetabilidad.
José Ives Limantour nació en Ciudad de México, en 1854, de padres franceses; estuvo en los mejores colegios de México y posteriormente fue enviado a Europa para perfeccionar sus estudios. Así logró una sólida educación, trabajando como profesor de economía. Tomó por esposa a una amiga íntima de Carmelita de Díaz, María Cañas, lo cual le aseguró su prominencia social y política.
Limantour liquidó el periodo porfirista caracterizado por el robo descarado, el mangoneo burdo y la administración de cloaca. Bajo su cargo, desapareció casi por completo la “mordida” en los niveles inferiores de la burocracia, aunque para los elevados se crearon sistemas refinados de saqueo y corruptelas de los militares y políticos, sin conseguir un cambio favorable.
Los participantes de esta tarea fueron los “científicos”, una agrupación política formada por Romero Rubio, quien reclutó a jóvenes y gente inteligente para utilizarlos en adecentar la farsa de lanzar la candidatura de Díaz para las elecciones de 1888. Con esto pretendía que no fuera otra vez el círculo de amigos del General Díaz quien lo hiciera, es decir, la grotesca camarilla que siempre era encargada de hacerlo. Para comenzar, Romero Rubio incitó a jóvenes y demás que quisieron participar, a erigir una asociación política con una fachada respetable que adoptó el nombre de “Unión Liberal”, la cual redactó un programa de gobierno y un proyecto de ley para restablecer la vicepresidencia y asegurar la independencia del Poder Judicial mediante la inamovilidad de los funcionarios del ramo. Díaz aceptó la relección y dejó que el proyecto de ley elaborado por la “Unión Liberal” se aprobara en la Cámara de Diputados, pero naufragara en la de Senadores. A fin de evitarse problemas, reasignó a su círculo de amigos la realización.
Continuará.
Guillermo Zavala
Tijuana, B.C.