Al Partido Revolucionario Institucional, aprovechando el talante sumiso y obediente de sus miembros, se lo llevaron unos extrapriistas disfrazados de tricolores modernos, provenientes de la confederación planetaria neoliberal. Los primeros en darse cuenta de lo que estaba pasando, fueron quienes, en 1988, dieron una batalla interna para impedir el secuestro, pero perdieron a manos de sus propios compañeros, quienes al poco tiempo empezaron a imitar a sus secuestradores y a sentirse conquistadores también, pues les permitían tomar parte del botín y disfrutar de espacios de poder. Aun cuando los desplazó el PAN, siguieron premiándolos, pues los azules también eran propiedad de esa nueva horda de invasores. Los líderes priistas creían, como Moctezuma durante la conquista de México, que ellos tenían el control de la situación, que los invasores eran buenos y que, mientras los dejaran robar y mandar, todo estaría bien. No se daban cuenta o se autoengañaban que a ellos también los estaban saqueando y que las riquezas del país se estaban concentrando en unas cuantas manos; que México era controlado desde el exterior y que los invasores intentaban limpiar la imagen con la maltrecha fama de los verdaderos priistas.
Un día intentaron recuperar su partido, quisieron hacerlo por las buenas, sin enfrentamientos con Videgaray, el nuevo sátrapa neoliberal; le pidieron oportunidad de encabezar el gobierno de México, toda vez que, de los príncipes neoliberales, ninguno era suficientemente conocido ni podía ganarle a los expriistas del 88, que, asociados con la vieja oposición de izquierda, los mantenían permanentemente bajo asedio, pues los excesos los habían desprestigiado aún más que al propio PRI. ¿Qué tal un priista de los de antes, uno cuya fidelidad estaba probada?, propusieron, pero el sátrapa dijo no. ¿Qué tal una ex gobernadora simpática y recién enflacada y embellecida? Nadie la reconocería, pero Videgaray dijo no, y ante tanta insistencia, propuso, con tono de amenazante, a su propio hermano. Los priistas palidecieron, pues el hermano del sátrapa era de otro partido; intentaron convencerlo, suplicaron y se arrodillaron; algunos incluso amenazaron con la rebelión que reivindicara su mando legítimo, pero lo hicieron en tan suave tono que no inquietaron a nadie.
La semana pasada, el PRI dejó de ser formalmente de los priistas y fue escriturado a Videgaray, el neoliberal, obligados por su propia mansedumbre, su propia ambición pecuniaria, su cobardía intrínseca, su propio extravío identitario; votaron la entrega, aceptaron que el hermano del sátrapa fuese su próxima propuesta para gobernar a México, después de que juntos logren dominar a los viejos rebeldes.
Videgaray está reconstruyendo al viejo autoritarismo mexicano, pero sin el propósito justiciero. Por el contrario, trabaja en la edificación de uno neoliberal, que se perpetúe en el poder hasta que el neoliberalismo sea inapelable; es un fanático peligroso que ha gobernado este sexenio manipulando a su titino Peña y corrompiendo a la oposición de izquierda y derecha. Para su cometido ha dado un gran paso quedándose con el PRI; ahora sigue llamar a cuentas a los azules para también quedarse con esas siglas. El argumento principal será obligarlos a deponer las armas y unírseles para enfrentar al enemigo común, ese que los ha tenido bajo asedio, durante los últimos 18 años; también utilizará el oportunismo corrupto de los liderazgos panistas.
El piran toma forma y 2018 será la madre de todas las batallas políticas, la que definirá si México recupera su proyecto nacional o se convierte definitivamente en colonia de la federación neoliberal. Por lo pronto, los priistas perdieron su partido, víctimas de su propia miseria política. AMLO 18.
Jesús Alejandro Ruiz Uribe es Doctor en Derecho Constitucional, ex diputado local, rector del Centro Universitario de Tijuana en el estado de Sonora y coordinador estatal de Ciudadanos Construyendo el Cambio, A.C. Correo: chuchoruizuribe@gmail.com