— Soy un gran imitador de José José.
“Oh, ¿es usted cantante?”.
— No, no; me pongo tremendas parrandas como él.
Autor: Fan de “Siempre en Domingo”.
Malentendido
La señora llega a casa de su hija y encuentra a su yerno furioso, preparando una maleta.
— ¿Qué pasa?, pregunta ella.
“¿¡Que qué pasa!? ¡Le voy a decir exactamente lo que pasa, señora! Le mandé un e-mail a Catalina diciéndole que hoy regresaba a casa de mi viaje de trabajo. Llegué a casa y ¿puede adivinar lo que me encontré? A mi esposa, sí, ¡su hija!, con un hombre desnudo en nuestra cama. Este es el fin de nuestro matrimonio. ¡Yo me largo de aquí para siempre!
— ¡Cálmate! – dice la suegra. – Hay algo que no me cuadra. Catalina nunca haría una cosa de esas. Yo la eduqué y la conozco bien. Espera un momento mientras yo averiguo qué fue lo que pasó.
Al rato regresa la suegra con una sonrisa enorme:
— ¿Ya ves? Te dije que tenía que haber una explicación lógica y la hay, lo que pasa es que ¡Catalina no recibió tu e-mail!
Autor: Suegra cibernética.
Hipocondriaco
Dicen que todos los días tenemos que comer una manzana por el hierro y un plátano, por el potasio. También una naranja, para la vitamina C, medio melón para mejorar la digestión y una taza de té verde sin azúcar, para prevenir la diabetes.
Todos los días hay que tomar dos litros de agua (sí, y luego orinarlos, que lleva como el doble del tiempo que llevó beberlos).
Todos los días hay que tomarse un Activia o un yogur para tener L. Cassei Defensis, que nadie sabe qué es, pero parece que si no te tomas eso todos los días, empiezas a ver a la gente como borrosa.
Cada día una aspirina, para prevenir los infartos, más un vaso de vino tinto, para lo mismo. Y otro de blanco, para el sistema nervioso. Y uno de cerveza, que ya no me acuerdo para qué era. Si te lo tomas todo junto, por más que te dé un derrame ahí mismo, no te preocupes, probablemente ni te enteres.
Todos los días hay que hacer entre cuatro y seis comidas diarias, livianas, sin olvidarte de masticar cien veces cada bocado. Haciendo un pequeño cálculo, solo en comer se te van como cinco horitas.
Ah, después de cada comida hay que lavarse los dientes. Mejor amplía el baño y mete el equipo de música, porque entre el agua, la fibra y los dientes, te vas a pasar varias horas por día ahí adentro.
Hay que dormir ocho horas y trabajar otras ocho, más las cinco que empleamos en comer, 21. Te quedan tres, siempre que no te agarre algún imprevisto. Según las estadísticas, vemos tres horas diarias de televisión. Bueno, ya no puedes porque todos los días hay que caminar por lo menos media hora.
Y hay que cuidar las amistades porque son como una planta: hay que regarlas a diario. Además, hay que estar bien informado, así que hay que leer por lo menos dos diarios y algún artículo de revista.
En fin, a mí la cuenta me da unas 29 horas diarias. La única posibilidad que se me ocurre es hacer varias de estas cosas a la vez, por ejemplo, te bañas con agua fría y con la boca abierta, así te tragas los dos litros de agua.
Mientras sales del baño con el cepillo de dientes en la boca, ve la televisión y también barre. ¿Te quedó una mano libre? Llama a tus amigos. ¡Y a tus padres! Tómate el vino (después de llamar a tus padres te va a hacer falta). Y menos mal que ya crecimos, porque si no, nos tendríamos que clavar un extra calcio todos los días.
¡Uff! Pero si te quedan dos minutos, cuéntales esto a los amigos (que hay que regar como las plantas). Y ahora, entre el yogur, el medio melón, la cerveza, el primer litro de agua y la tercera comida con fibra del día, ya no sé qué estoy haciendo, pero necesito un baño urgente. Ah, voy a aprovechar y me llevo el cepillo de dientes…
Autor: Dr. Simio.
El rey y el burro
Había una vez un rey que quería ir de pesca. Llamó a su pronosticador del tiempo y le preguntó el estado del mismo para las próximas horas. Éste lo tranquilizó diciéndole que podía ir tranquilo, pues no llovería.
Como la novia del monarca vivía cerca de donde éste iría, se vistió con sus mejores galas. Ya en camino se encontró con un campesino montado en su burro, quien al ver al rey le dijo:
— Señor es mejor que vuelva pues va a llover muchísimo.
Por supuesto el monarca siguió su camino, pensando:
“Que sabrá este tipo si tengo un especialista muy bien pagado que me dijo lo contrario. Mejor sigo adelante”.
Y entonces siguió su camino… por supuesto llovió torrencialmente. El rey se empapó y la futura reina se rio de él al verlo en ese estado. Furioso, volvió al palacio y despidió a su empleado. Mandó llamar al campesino y le ofreció el puesto, pero le dijo:
— Señor, yo no entiendo nada de eso, pero si las orejas de mi burrito están caídas, quiere decir que lloverá.
Entonces el rey contrató al burro. Y así comenzó la costumbre de contratar burros como asesores en el gobierno.
Autor: Aspirante a candidato independiente.