En junio de 1879, el gobernador de Veracruz comunicó a Díaz que la tripulación de dos barcos de la armada conspiraba para iniciar una revuelta lerdista. El presidente le contestó telegráficamente con una orden histórica: “Mátalos en caliente”. Los conspiradores no llegaron a atacar, aunque el gobernador detuvo a supuestos cómplices e hizo fusilar a nueve. El crimen sacudió al país y los fusilamientos se hicieron del conocimiento de todos para demostrar que el gobierno no estaba dispuesto a tolerar revoltosos.
En 1878, en observancia del Plan de Tuxtepec, Díaz había promovido dos reformas a la Constitución. La primera quitó al presidente de la Suprema Corte de Justicia que implicaba la función de vicepresidente de la República, por considerarlo adversario en potencia del Presidente. La segunda prohibía la reelección presidencial, aunque con una excepción, después de un periodo de cuatro años, podría volver a ser elegido. Era obvio que Díaz pensaba en reelegirse, una vez transcurrido ese tiempo.
El más indicado y poderoso personaje para suceder a Díaz en la presidencia era Justo Benítez, cerebro del presidente e iniciador del Plan de Tuxtepec, quien, junto a sus partidarios, ya habían creado una corriente para postularse como candidato, en las siguientes elecciones. Díaz se negó a comprometer su apoyo, pues tenía como candidato nada menos que su compadre, el General Manuel González. Díaz convenció a Benítez de que su postulación era prematura, ya que faltaba más de un año para la elección, y que en ese lapso se podría “quemar” su reputación. Por lo que le propuso hacer un paseo por Europa y a su regreso, se le daría el apoyo buscado.
Benítez estuvo feliz de irse en plan de estudios a Europa, pero mientras estaba fuera del país, Díaz orquestó una campaña de prensa para achacarle todos los errores de su gobierno. Sumamente enojado el agraviado, regresó a México solo para enterarse que Díaz ya había lanzado la candidatura de su compadre y ministro de Guerra. Díaz le dijo a Benítez, para calmar su enojo, que Manuel era el candidato del ejército, por lo que tuvo que apoyarlo, por ser la única garantía de paz. Y puntualizó: “A ti solo te apoyan los civiles, pero si aguantas un poco, a la próxima llegará tu turno”. Benítez le reprochó su traición e inició su campaña como candidato independiente, sin embargo, las maniobras del Presidente muy pronto surtieron efecto, en breve tiempo se quedó sin partidarios. El 1 de diciembre de 1880, Manuel González asumió la presidencia.
El nuevo Presidente, aseguraba haber nacido en el municipio de Matamoros Tamaulipas, en 1833, aunque muchos afirmaban que nació en España y sus padres lo trajeron a México siendo niño.
Ya de grande, era un hombre simpático y de gran inteligencia natural que compensaba sobremanera su falta de estudios. Desde su infancia, lo sedujo la carrera de armas. En 1847 se dio de alta en el ejército y combatió contra la invasión estadounidense.
Cuando el ejército intervencionista francés llegó a México, González se reincorporó al ejército republicano como subordinado de Porfirio Díaz, le tocaría desempeñar un papel destacado en los combates de Puebla, donde perdió un brazo, sin limitarlo a continuar más adelante en la toma de la Ciudad de México. Para ese momento, ya se había hecho íntimo amigo y compadre de Díaz.
Prácticamente, por maniobras e influencia de Díaz, en unas elecciones manipuladas, éste le entregó la silla presidencial a su amigo. El gabinete de Manuel González estuvo integrado con secretarios distinguidos, entre ellos Porfirio Díaz, quien tuvo el cargo de secretario de Fomento, oficio que solo ocupó durante un mes, ya que se separó de él en enero de 1881. Manuel González, al ascender a la presidencia, trató de continuar la labor que Díaz iniciaría por la consolidación de la paz.
En términos políticos, González no fue más limpio ni más desinteresado que sus antecesores, pues continuó el sistema de fraudes electorales, imposición de candidatos y de intervención descarada en la política estatal. Porfirio Díaz, acusado de influir en la administración gonzalista, se retiró a Oaxaca, donde fue electo gobernador del estado en 1881, tiempo en el que desarrolló importantes avances en materia educacional y de comunicaciones. El puesto lo ocupó por poco tiempo, y en 1883, inició su campaña para suceder al presidente González.
Leal a Díaz, pero sin someterse a su influencia, González ejerció un gobierno personal, en el que pesaron más las conveniencias del momento y los intereses económicos, que otras situaciones. La solución a los problemas inmediatos, junto a una política incongruente, firme y de largo alcance. Aprovechó González el gran ritmo de desarrollo que México había cobrado desde la restauración de la República y que aumentó en el periodo de Díaz, para acrecentarlo, pero dando resoluciones torpes que comprometían el futuro económico del país. Con ello, se ganó la animadversión del pueblo, tanto más, desde que González tuvo problemas hacendarios, como los que prodigó la emisión de moneda de níquel y el arreglo de la deuda inglesa.
González, hombre amante del placer y del dinero, contrastó con sus antecesores que habían sido austeros, sencillos, de vida recatada y digna. Tal era su ambición y ansia de poder y dinero, que en poco tiempo logró poseer las haciendas de Chapingo, Los Laureles en Michoacán, Tecajete en Hidalgo y las de Tamaulipas, así como sus amplias propiedades en Peralvillo y otras colonias de México.
Continuará.
Guillermo Zavala
Tijuana, B.C.