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martes, febrero 20, 2024
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Rebelde con causa

“Sergio es un caso especial en el periodismo de Baja California…”.-

Tomás Di Bella, prólogo de “No se olviden de nosotros”, de Sergio Haro


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De sus 60 años de vida, 32 los dedicó al periodismo, oficio con el que se “topó”. De hermanos formados maestros, para él lo más lógico fue su ingreso a la Facultad de Ciencias de la Educación en la Universidad Autónoma de Baja California.

Su instrucción universitaria al principio de los ochenta, lo colocó en medio de huelgas promovidas por un movimiento estudiantil -sindical en la UABC-, al cual se integró de manera activa convencido de apoyar a sus maestros, quienes como parte importante de la lucha, buscaban continuar ofreciendo a sus alumnos una formación ideológica variada que los provocara a comprometerse con la sociedad y ser libres pensadores.


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Esto le permitió a Sergio Haro “… contar con una formación muy exigente y muy volcada hacia el marxismo” como declaró al medio yosoy132holanda.wordpress.com en abril de 2013, a quienes también les relató:

“De ahí me involucré con un grupo de izquierda de tendencia trotskista  -entre tantas actividades me tocó la solidaridad con la revolución salvadoreña, por ejemplo-, y al salir de la universidad me topé con el periodismo y me pareció un excelente medio de denunciar la situación de injusticia social que se vive en México, propiciada -entre tantas cosas- por la corrupción y el desinterés social del grupo en el poder. El periodismo me gustó, me envolvió, me fascinó y ya no me pude desapartar hasta la fecha”.

Una vez que se convirtió en periodista, Sergio no se veía haciendo otra cosa, lo comentaba en cada ocasión que sabía de algún compañero que dejaba el periodismo para dedicarse a otra labor; sin críticas, sin juicios, sin opiniones, solo le parecía triste.

Convencido de las grandes posibilidades que tiene el periodismo como herramienta para evidenciar y contribuir a la solución de los problemas, las injusticias sociales fueron su tema predilecto, su principal interés como investigador, como escritor, como cronista del devenir bajacaliforniano, en el que le dio cobertura a décadas de corrupción, luchas ciudadanas y movimientos sociales.

Su formación de izquierda -tan socialista como se puede ser viviendo en una ciudad fronteriza mexicana entre 1957 y 2017-, le dio un pensamiento periodístico donde las noticias y los hechos no eran lo importante. Lo significativo para él siempre fue la gente, sus preocupaciones, sus sensaciones, sus sentimientos, sus intereses. La política, la economía, la inseguridad solo adquirían sentido con relación a su afectación en la sociedad.

Darle voz a las víctimas, escuchar, escribir sus historias era su misión permanente, particularmente a esa gente que nadie quería escuchar, aquella cuya problemática pudiera ser considerada menor para otros, esa cuyas dificultades e inconvenientes probablemente no llegan a las portadas, pero a él no le importaba ser una celebridad, ni siquiera vender periódicos; Sergio se dedicaba a trabajar para que los más desprotegidos tuvieran un espacio ante la opinión pública.

Respetaba la Ley, pero tenía problemas con las autoridades, con todas las que violentaban sus promesas de cumplir y hacer cumplir las leyes, por eso creía poco y en muy pocos funcionarios, pero acataba la obligación reporteril de consultarlos. Rechazaba vehementemente cualquier relación con grupos de poder.

Solidario y empático como pocos, sin proponérselo como algo natural, considerando que era la única forma de trabajo posible, durante más de tres décadas se convirtió en un precursor, una de las principales voces y referentes del periodismo social en Baja California.

Sin el afán de enseñar o ser maestro hizo escuela, primero siendo ejemplo con sus notas y forma de trabajo, después generoso; se hizo común que en estos 30 años los jóvenes reporteros, los que trabajaron con él y muchos que no, se acercaran a él para pedir guía, consejo, para aprender conversando, discutiendo y argumentando.

Por su trabajo fue amenazado por criminales y por delincuentes de cuello blanco, pero no lo amedrentaron ni dio espacio para que coartaran su libertad. Al final no lo alcanzaron.

Murió como siempre deseó: trabajando, frente a su escritorio, listo para escuchar las entrevistas que llevaba dos semanas haciendo en su grabadora, y por un lado, los documentos que probaban otro acto de corrupción gubernamental.

Sonorense de nacimiento, pero mexicalense 100 por ciento, Sergio Haro trabajó como periodista para La Crónica, American Press Agency, en Radio capital, fundó Siete Días; en ZETA trabajó al principio de su carrera, y regresó a terminar el ciclo.

Como escribió Di Bella, Sergio fue un periodista especial, distinto, original, diferente, insustituible; por eso hoy, con su inesperada partida, el periodismo mexicalense, el bajacaliforniano, el periodismo mexicano, pierde a uno de sus mejores hombres.

En ZETA perdemos al amigo, al compañero, al cómplice; en el consejo editorial nos hace falta nuestro “izquierdoso”, nuestro equilibrio. Compartimos el dolor de su familia, del hijo orgulloso de su padre, de la mujer orgullosa de su hombre… dolor que ni siquiera tenemos la capacidad de imaginar

Autor(a)

Rosario Mosso Castro
Rosario Mosso Castro
Editora de Semanario ZETA.
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