Al resguardar de forma muy íntima su estado de salud en los últimos años, la noticia del fallecimiento de Gustavo Rojo pareció darse tan fortuitamente como su nacimiento 92 años atrás, en pleno Océano Atlántico, cuando su familia iba hacia Uruguay. Allí fue donde pasó su infancia, pero al crecer, México se convirtió en su segundo hogar y el sitio que le permitió desarrollarse como actor.
El inicio de ello se dio en el cine a través de “Ahora Seremos Felices” (1938), película que le abrió las puertas a una aventura que ya no abandonó por el resto de su vida, pese a que en esa primera experiencia no obtuvo ni el crédito de su trabajo. Persistente en hacer una carrera actoral, cinco años después los proyectos le llegaron uno tras otro, incluso en el extranjero, como fue el caso de “Tarzan and the Mermaids” (1948).
Juan José Ortega (“La Insaciable”), Alberto Gout (“Cortesana”), Raphael J. Sevilla (“Una Mujer con Pasado”) y el mismo Luis Buñuel (“El Gran Calavera”), fueron los primeros directores con los que don Gustavo trabajó, pero el comienzo de los 50s lo puso de frente a otros mentores, destacando en las dos décadas siguientes Ramón Pereda (“La Reina del Mambo”), Robert Rossen (“Alejandro Magno”), Sergio Riesenberg (“Gracia y el Forastero”) y Roberto Gavaldón (“Cuando Tejen las Arañas”).
Inmerso en la televisión desde 1969, donde hizo telenovelas como “Destilando Amor” y “Rosa Salvaje”, Rojo también dejó su talento en los escenarios, pues el teatro se convirtió en su cómplice en la última etapa de su vida, trabajando en las producciones de “Perfume de Gardenia” y “12 Hombres en Pugna”, con las que hasta hace unos años todavía hizo recorrido en el país, hasta su retiro en 2016, cuyo legado sigue mediante su hija Ana Patricia Rojo, quien se encargó de confirmar la lamentable noticia del deceso el 22 de abril.
