Esta película bien podría ser una de las menos valoradas de Martin Scorsese a la fecha no solo desde el punto de vista de las nominaciones a todos los premios a lo mejor del cine, sino porque en sí misma es una cinta bellamente elaborada, que exige paciencia y perseverancia, pues a ratos frustra y luego ofrece una escena maravillosa tras otra.
Ante la barbarie hay que mantener la calma, contemplar la tortura a distancia y ver cómo todo se resuelve a partir de la fe de los jesuitas que en el Siglo XVII buscaron convertir al Japón al catolicismo y, en consecuencia, fueron sometidos a la brutal inquisición de los gobernantes nipones.
Basada en la novela de Shusaku Endo, la cinta narra la épica búsqueda de unos sacerdotes jóvenes (Andrew Garfield y Adam Driver) por dar con el paradero del Padre Ferreira (Liam Neeson)
En la sangrienta travesía, primero perdemos de vista a Francisco Garrpe (Driver), pero al ver la persecución a la que es sometido su compañero Sebastián Rodrígues (Garfield), intuimos que el destino no pudo haber sido menos cruel.
Crucifixiones, ejecuciones en la hoguera, por ahogamiento ante la furia natural de las olas, esta cinta ofrece poco más de 160 minutos de horror para que cuando lleguemos de nuevo a ver a Ferreira -la primera escena de la película lo tiene a él de protagonista- haya empatía con sus dudas, con su dolorosa renuncia producto de una oración continua que aparentemente Dios nunca escuchó.
Haber compartido esto no arruina la experiencia. Desde el inicio sabemos que Ferreira abandonó el camino, pero no entendemos del todo la magnitud de la lucha de este hombre inexpresivo que parece ya estar, como a veces decimos, más allá del bien y del mal.
Garfield y Driver hacen un trabajo magistral viviendo en carne propia lo que seguramente su mentor experimentó. Qué nivel de sufrimiento el que protagonizan, como atestiguar el sacrificio de sus convertidos en manos de despiadados verdugos. Ambos actores supieron cómo transmitir la lucha entre la desesperanza y el agotamiento moral y la indignación, ante el terror que enfrentaron estos hombres de una fe a prueba.
Y así el largometraje atrapa en la medida en que nos hace partícipes involuntarios de esta travesía cuidadosamente elaborada por Scorsese, un director nada ajeno a explorar el tema de la espiritualidad a través de su instrumento: el cine. *** y media.
Punto final.- Con que Jack Nicholson va a ser “Toni Erdmann”, la versión norteamericana del exitazo alemán nominado al Óscar en el rubro de Lengua Extranjera.