La semana pasada iba manos sobre volante, pies en freno y acelerador. No más de cien kilómetros por hora. Mantuvo el control en una curva cerrada. Su Volkswagen Pointer color azul marino le respondió de maravilla. Entró a una recta aburridísima y por eso decidió colocar un CD de Rocío Dúrcal. Apenas empezaba “…y aquí estamos frente a frente/como dos adolescentes…” cuando vio a lo lejos lo que llamó pronunciando casi en secreto: “…una fabulosa e inmensa ‘cola’ de vehículos detenidos”. Cambió de veloz a lentitud hasta frenar. Quedó casi defensa a defensa con el último auto de la fila. Sin darse cuenta habló sola: “¿…y ahora, qué está pasando aquí?”. Apagó el motor. Abrió la portezuela y sin bajarse se paró en la plataforma del auto y apoyada sobre el marco de la portezuela. Lanzó su mirada adelante y no distinguió el motivo. Solamente capacetes de todos colores. Tomó su saco de cuero color vino. Cambió los zapatos de piso por unos de tacón acharolados. Se apeó. Apretó el artilugio de su alarma “¡bip-bip!” asegurando las portezuelas. Caminó al auto de enseguida. Estaba un cristiano de rostro aburridísimo. Tenía una taza de café. El termo a un lado y la portezuela abierta. Le preguntó: “Perdón señor, ¿hubo algún choque o qué pasó? ¿Por qué está detenido el tráfico?”. Sin voltear a verla nada más respondió arrastrando las palabras: “…no sé nada. Quiensabe”. Ella se quedó sin hablar y entonces sí, el conductor la miró. Sus ojos se clavaron en la belleza. Por eso se animó a un apresurado “¿Gusta café señorita…está fresquecito?”. Sonriente agradeció y siguió caminando. Encontró a un policía de Mexicali. Estaba sentado en la defensa de una patrulla Ford. Le repreguntó y oyó la contestación. “No sé, señorita. Pero déjeme aclararle, en esta zona no tengo autoridad así es que ni me apuro”. Le molestó tan conchudo policía. Por eso decidió ir más adelante pensando “…claro, le gustaría andar ‘mordiendo’ en vez de estar aquí”.
A cada auto que pasaba, conductor dormido frente al volante o entre los matorrales cercanos. Unos recargados en los árboles. Otros con el zipper abajo descargando la vejiga dando la espalda a tan nutrida caravana inmóvil. Para su fortuna ella no andaba en tales apuros. Siguió adelante. Los tacones altos sobre el seco y granulado asfalto empezaron a molestarle. Divisó a un hombre. Canoso. Moreno. Bien parecido. Lentes obscuros. Camisa y pantalón negros. Mocasín. Una pulsera magnética y dorada se dejaba ver en su muñeca izquierda. Se topó con él dándole las buenas tardes para soltarle: “¿Sabe Usted qué está pasando?”.
El hombre se quitó suavemente los lentes. Dejó ver sus ojos castaños. Sonriente dijo “…pues fíjese nada más: Un comando de guerrilleros secuestró a muchos diputados. Viajaban en un autobús especial”. Levantó los talones para quedar en puntillas. “Perdón señorita, busco mi auto…allá, allá está. Es el BMW rojo convertible”. Retomó su posición y explicó: “Mire señorita, hay muchas versiones allá”. Al momento volteó su torso para apuntar con la mano derecha. Dejó ver trenzada cadena de oro con un crucifijo. La mujer le puso más atención. Lucía bien cortado su pelo. Resurado seguramente con navaja de peluquero. Agradable tufo. “Cartier” o “Aramis”. Ya estaba distrayéndose cuando oyó al caballero: “Para empezar no me pude acercar. Está lleno de curiosos. Pero sí supe que hay diputados del PAN, del PRI, perredistas y del Verde Ecologista”. Al escuchar aquello, la dama no podía creerlo. Estuvo varios segundos sin hablar. Perpleja. Se quitó y volvió a poner los lentes. Ojazos negros. Como cantaba Agustín Lara “de acerina”. Resolló preguntando: “¿Y la policía? Pausada fue la respuesta: “Creo que la policía no vendrá. Dicen que es una condición de los secuestradores. La verdad, no le quiero mentir, pero hasta donde alcancé, no vi a ningún uniformado. Tampoco agentes. Ya ve. Uno los conoce luego luego: Pelicorto, lentes negros, camisa de seda, liváis, cinto pitiado y sus botas piel de avestruz”.
La dama despegó sus bien pintados labios con un sensual nacarado. Se le salió sin querer la frase recordando a “El Chespirito”: “¿Y entonces, quién podrá defenderlos?”. El caballero no atinó a responder. Metió su mano al bolsillo. Sacó una cajita laminada de “Altoids”. Ofreció una pastilla de menta a la guapa hembra. Resaltaron sus bien cuidados dedos. Pulgar a índice tomaron una. Al hacerlo dejaron ver las uñas cuidadosamente pintadas de rosa opaco y el filetillo blanco en la orilla. El clásico “french manicure”. Con la cajita abierta, el hombre estiró la mano en señal de que tomara otra y lo hizo. Puso la pastilla en su lengua con tanta sensualidad que el hombre debió sentir calosfrío. Ella lo notó y para desembarazar la situación preguntó: “¿Y sabe Usted quiénes secuestraron a los diputados?”. Pronunció inmediato el varón: “Unos guerrilleros. Pero eso sí está muy claro, fíjese, piden rescate de un millón y medio de dólares”. Al oírlo la guapura dijo “Uuuuuy, eso es mucho dinero”. Lo hizo con un gesto que remarcó su belleza.
Por la mente del caballero cruzó la suposición de “no puede ser, yo aquí, en medio de la carretera y ligando”. Se dio cuenta y reaccionó con un “perdón, perdón…me dijeron que hasta ahorita no saben si los guerrilleros son del Subcomandante Marcos, del ERP o policías federales. Pero una cosa si está clara. Dijeron que, si antes de meterse el sol no pagan el rescate, van a rociar con gasolina el autobús y a quemarlo con los diputados adentro”.
La escultural dio un paso atrás. Puso su mano derecha en la blanca mejilla y la otra sobre su pecho. Apenas encimita del atrayente escote y soltó un “¡No puede ser! De plano, en este país ya no tenemos seguridad ni para andar libremente en nuestras carreteras. Ya ve, en la Ciudad se lleva uno cada susto. No sé hasta dónde vamos a parar. Dijeron que con el cambio de gobierno se acabaría todo, pero allí está, es peor”. Sacó de la bolsa derecha una pitillera dorada. Se le veía inscrita “Dunhill”. Ofreció un “Benson and Hedges” al caballero. “Gracias, no fumo” y vio la oportunidad de lucirse: “Es que corro todos los días y voy al gimnasio. Me gusta estar sano y fuerte. Mi doctor me advirtió lo malo que es el cigarro”. La dama encendió el suyo. Dejó la huella de su lipstick en el filtro. Pegó la primera y claramente satisfactoria fumada. Alzó su cara. Angostó los labios y lanzó un disparo de humo para preguntar inmediatamente: “¿Y hasta cuándo van a pagar el rescate para poder irnos?”.
Atento, el caballero le informó que ya se estaba haciendo una colecta. “Hombre… ¡qué bueno! ¿Y cuánto llevan reunido?”. Sonriendo, el bien parecido le dijo a la belleza: “Hasta que estuve allí, 580 litros de Magna, 320 de Premium, 125 de diesel azul, 38 cajas de cerillos y 21 encendedores”
Escrito tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas y publicado el 29 de octubre de 2014.