Marvel, evidentemente en busca de un público más adulto, ha convertido a Dr. Stephen Strange en un superhéroe que raya en la definición de un personaje de culto, raro pues, místico, y con un matiz un tanto nostálgico.
Ésa es la forma más precisa de describir a este soberbio neurocirujano que bien interpreta Benedict Cumberbatch, que luego de perder el uso de sus manos a raíz de un accidente, se concentra en el Kamar-Taj –que no existe en Nepal pero supongamos que por ahí está– para ahí encontrar sus muy atípicos poderes.
Éste es un protagonista muy fuera de lo común, presuntuoso, capaz de manipular el tiempo y el espacio con la mente y para eso vaya que se necesitan efectos especiales de lo más sofisticados, incluso nunca antes vistos y eso fue justo lo que ayudó al director Scott Derrickson y a su coguionista C. Robert Cargill a salirse con la suya.
En gran medida la diversión en esta película es ver cómo Strange se transforma mientras aprende con los misterios del lejano Oriente en donde incluso figura Tilda Swinton como “The Ancient One”.
Todo es, pues, aquí un tanto extraño pero funciona, aunque tal vez no tanto para el público tradicional de Marvel, sino para aquellos adultos que son fanáticos de los cómics y que pasan tranquilamente de “Guardians of the Galaxy” al “Captain America” sin quitarse la capa imaginaria con la que todavía fantasean.
Apoyado en elementos técnicos la confusión se resuelve, la atención permanece clavada en la pantalla y los ratos soporíferos duran un pestañazo. Eso es lo que, a final de cuentas, se puede decir de esto, que de seguro, será apenas la primera entrega de “Dr. Strange”. ***
Punto final.- ¿Por qué tanta permanencia de “El abogado del mal” en la cartelera local?