Es mi compadre porque junto con su hermana, mi comadre Ana María, bautizó a mis dos hijos. Era el año 1987, al inicio de la carrera cuando lo conocí. Temerosos ambos por la nueva responsabilidad y compromiso que representaban los estudios. Yo con 19 años de edad y él, haciendo cuentas, con 34.
Recuerdo que, en algún momento, al inicio de nuestra amistad, le dije que a veces me daban ganas de dejar la universidad, que se me hacía muy pesado. De inmediato y para ahuyentar esas ideas de mi cabeza, me dijo que las cosas importantes y valiosas costaban trabajo, y que, si yo estaba ocupando ese lugar en la universidad, era porque tenía la capacidad necesaria para alcanzar ese objetivo. Esa fue la primera vez de varias que me alentó a seguir adelante, pese a las circunstancias.
Se fue haciendo un equipo importante de trabajo, entre varios compañeros, pero principalmente una dupla en la que siempre nos procurábamos. Una verdadera amistad. En aquellos años su servidor trabajaba en una fábrica de artículos de piel, y él me recomendó con sus hermanas Delia y Ana para conseguir trabajo como cobrador en la empresa donde laboraban.
Más adelante, a media carrera, ingresé a laborar como pasante en un Despacho Jurídico, mientras que él ya se desempeñaba como prefecto en su muy querida Secundaria No. 3, “Belisario Domínguez”. Todo esto se dice muy rápido, pero fueron muchos esfuerzos, convivencia y muestras incontables de amistad. Hasta para comer batallábamos muchas veces, y él nunca dudaba en invitarme a su mesa, a su casa.
En esas ocasiones tuve el gusto de conocer y tratar a su familia: Doña Adelina (+), Don Panchito (+), Pancho, Delia y mi comadre Ana María, sus hermanos, muy cordiales y sencillos, quienes me abrieron las puertas de su casa y me brindaron el abrigo de tan estimada familia. Terminamos la carrera y nos propusimos ejercerla. Nos reunimos con otros compañeros y montamos una oficina sobre la Avenida “K”.
Tiempo después nos separamos de ellos y pusimos otra en la Calle Séptima, en la Zona Centro, ahora solo los dos. Pasó algún tiempo y por cuestiones laborales y lo comprometido que siempre fue con su trabajo, decidió dejar la oficina, pero nuestra amistad nunca se debilitó. Siempre fue fuerte y sólida.
Mi compadre siempre se tomaba el tiempo y tenía las palabras correctas, oportunas para quien acudía a él en busca de consejo, de auxilio. De carácter sencillo, sin actitudes elaboradas o rebuscadas, de humor afable, cordial, con su mente y preocupación en su familia siempre. Si buscáramos un ejemplo de auténtico esfuerzo, honestidad, responsabilidad, solidaridad, altruismo, amabilidad, sensatez, amistad, definitivamente nos encontraríamos con mi compadre Juan José Flores Fierros. En mi caso, y yo creo que en el de muchas otras personas, él era mi consejero, mi amigo, el hermano mayor que no tuve.
Me ayudó siempre a tomar las decisiones difíciles, sin perjudicar a terceros. En los años de universidad, íbamos a dar la vuelta, pero después ya era mucho mejor llegar a su casa, en la oficina que tenía al frente de la propiedad, y posteriormente, cuando ya tuvo su espacio en la parte superior, era la mejor manera de terminar una semana de trabajo, haciendo recuento de las experiencias buenas y malas que habíamos tenido desde la última vez, por supuesto degustando una cerveza bien fría o una copa de vino, dependiendo de la época, y escuchando buena música que por supuesto él proponía.
Actualmente mucha gente alcanza la superación económica en poco tiempo, aprovechándose de las necesidades de los demás. Esa fue una de tantas enseñanzas de mi compadre que predicó con el ejemplo: Superarse mediante el trabajo fecundo, sin escatimar esfuerzo en la encomienda, y respetando siempre los derechos y dignidad de los demás. Por eso es tan difícil seguir su ejemplo y tan singular el éxito que alcanzó, porque nunca justificó torcer los medios en aras del fin propuesto. Ante las actitudes elaboradas que se encontraba a su paso, siempre afirmaba: “Los trabajos que te tomas para aparentar lo que no eres, son menos de los necesarios para llegar a ser lo que aparentas”. Como esa, hay muchas otras frases que utilizaba siempre con sabiduría y que definitivamente reflejaban su manera de ser. Un excelente ser humano.
Dentro de pocos días se cumplirán seis meses de su partida, y sigo sin entender lo sucedido. El sentimiento de pérdida, tristeza y ausencia no caduca ni prescribe.
Atentamente:
Alfredo Flores Ramírez
Tijuana, B.C.